Los puntos sobre las jotas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas69-70
sabe si yo no pudiera intentar un libro que ayudara a crear el alma nacional,
sueño manifiesto en la carta de Alfonso Reyes. Y a partir de entonces fue todo
mi empeño dominar la lengua española, todavía en falsa rienda. Todo lo que
desde entonces leí, apuntaba a esa sola, lejana, dichosa meta: poseer la pluma
que pusiera en lengua española los mitos y las leyendas, y las fábulas dispersas
fragmentariamente en los pueblos zapotecas. Lo hice: pero todavía ahora, de
cuando en cuando, me es dable reconstruir y volver a gozar del mundo que la
lectura de La tier ra del faisá n y del venado me hizo vislumbrar. A la manera de
Médiz Bolio, yo tengo vuelta la fantasía hacia la tierra donde nací, ni más ni
menos que la tiene hacia Cataluña Eugenio D’Ors, según ha dicho –quién ha
de ser si no Alfonso Reyes. Antonio Médiz Bolio, tras de recorrer el mundo
ha vuelto a su tierra natal, donde viejo de años, de sabiduría y del dolor inse-
parable de la verdadera sabiduría, trabaja en la veta india; inagotable. Ahora
que escribo estos renglones, quiero dejar testimonio de lo que Los hombres que
dispersó la dan za debe a su hermano mayor La tierra del faisán y del ven ado.
3 de febrero de 1952
Los puntos sobre las jotas
Casi todos los defectos, por no decir todos, de José Joaquín Fernández de
Lizardi como escritor, le vienen de la premura con que siempre escribió, son
hijos de su condición de periodista, entendiendo por periodista, el ejercicio
diario, urgente, inaplazable del diarismo. Y en este trance no se encuentra
solo. La historia de las letras mexicanas está plena de casos parecidos, a tal
punto que pudiera decirse que es una modalidad del ejercicio literario entre
nosotros. Pero no sólo puede ser común denominador de las letras hispanoame-
ricanas. ¿Qué otra cosa si no un periodista –genial, es cierto– fue Domingo F.
Sarmiento, quien sin embargo montó en cólera cuando Juan Bautista Alberdi
se lo recordó? Muchos de los grandes escritores mexicanos del siglo pasado, y
algunos de éste, no han sido otra cosa, en cuanto a esa premura, sino grandes
periodistas, aunque comparta ese oficio con el de poetas, novelistas, drama-
turgos, cuentistas. En las redacciones de los periódicos, en los cafés, en las
mesas de oficina, han escrito sus mejores obras muchos de los escritores con
cuyos lauros se engalana la literatura nacional. Así, sobre las rodillas, escri-
AÑO 1952
ALACE NA DE MINUCI AS 69

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