La niñez: isla de oro

AutorAndrés Henestrosa
Páginas71-72
La niñez: isla de oro
Había en mi casa, cuando yo era niño, unos cuantos libros, todos de autores
mexicanos. Unos, los de Manuel Payno y los de Juan A. Mateos, habían llega-
do por el lado de mi padre. Y dos, Recuerdos y esperanzas, y La li ra de la p atria
de Juan de Dios Peza, por el lado de mi madre. Por una extraña casualidad,
en estos libros se resumen las dos tendencias más constantes de aquel es-
critor constante y de aquel hombre desgraciado: el amor a la mujer y el amor
a la Patria: el poeta sentimental y el poeta cívico en cabal conjunción. No
recuerdo haberme interesado por los escritos de Payno y de Mateos, pero en
cambio recuerdo casi la totalidad del contenido de los libros que habían sido
lectura de mi madre. Y también que, en fiestas patrióticas de mi pueblo, oí
recitar a Lázaro Pineda los Recuerdos de un vete rano, una composición de cerca
de cien cuartetas que todavía me conmueven y enardecen. Fue, pues, Juan de
Dios Peza, quien me dio los primeros alimentos amorosos que ha menester un
adolescente, y las primeras lecciones cívicas que tan honda huella dejan en la
niñez. Las poesías sentimentales las he olvidado, y alguna vez, en un olvido
de que no se debe pagar con burlas una deuda de alegría, me he atrevido a
mofarme de ellas. En cambio, ni los años ni las lecturas han mermado en un
ápice, sino por el contrario lo han acrecentado, el amor a la Patria, al himno, a la
bandera, a los héroes que la lectura de La lira de la patria sembró en mi alma in-
fantil. A Juan de Dios Peza debo enternecerme al paso de la bandera, exaltarme
con las notas del himno, fortalecerme con el recuerdo de los héroes.
Ha sido moda, a partir de la reacción antirromántica, menospreciar a Juan de
Dios Peza, poeta. Todavía en nuestros días, a pesar de que las escuelas literarias
van y vienen, no falta crítico que se vuelva contra él para endilgarle un adjetivo
despiadado, cuando lo que aconseja la fugacidad de las cosas es un piadoso per-
dón. Y puede que tengan razón; abundan en las obras poéticas de Juan de Dios
Peza las lágrimas, las quejas y los suspiros, de verdad funestos para la niñez.
En cambio, las narraciones, las anécdotas, las síntesis biográficas que trazó
al vuelo acerca de hombres y sucesos de nuestra historia, contienen una ense-
ñanza permanente y son entretenidas, al paso que instructivas; así por ejemplo
aquellas que Amado Nervo seleccionó para sus Lecturas literar ias, inolvidables
para quien tenga la fortuna de leerlas cuando niño. Por lo demás, Juan de Dios
Peza era un prosista discreto, sin que por eso careciera de recursos y alardes
AÑO 1952
ALACE NA DE MINUCI AS 71

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