Lunares en la estatua

AutorAndrés Henestrosa
Páginas84-86
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ANDRÉS HEN ESTROS A
miración que los componentes de aquel grupo sentían por la obra de Gilberto,
benjamín de la familia.
No fueron esas prosas las primeras producciones que conocí suyas. Cuatro
o cinco años antes, El Universal Ilustrado publicó una novela corta titulada La
llama fría, testigo de su procedencia literaria, anuncio de sus dones de escritor
y de un temprano señorío en el procedimiento. Anunció, y hasta llegó a leernos
algunas piezas de un pequeño libro de poemas en prosa al que pensaba titular
Línea, diversa en su factura y en sus influencias de su primera producción, y
que culminan en la Novela como nube, aparecida poco tiempo después.
Siempre escribió poesía, pero sólo de tarde en tarde, regalaba a sus ami-
gos en las columnas de las revistas literarias las muestras de su estro poético.
Genaro Estrada, hombre de letras y protector de las letras, nombró a Gilberto
Owen, Agregado Cultural en nuestra Embajada del Perú primero y después
en Colombia, donde publicó Simbad, el v arado, y también, según creo, Pe rseo
vencido. Según creo, porque no tengo manera de localizarlo en esta manigua
que es mi biblioteca. Después, sólo ocasionalmente encontré poemas suyos
en las revistas de Hispanoamérica, entre otras, en El Hijo Pródigo, publicada en
México, merced a los entusiasmos de Octavio G. Barreda.
Es posible que algunos de sus amigos tenga poesías inéditas de Owen. Yo he
oído decir que Natalicio González compró hace unos domingos en La Lagunilla,
perdido entre los libros viejos, una copia mecanográfica de sus poesías, las publi-
cadas y las inéditas. Ojalá que alguno de sus amigos, Elías Nandino, acaso, reúna
su obra poética, la estudie y la dé a conocer a los lectores mexicanos.
Ahora que ha muerto y que su nombre va a comenzar a depurarse al paso
que se irá depurando su poesía, está bueno decir que Gilberto Owen vivió, ago-
nizó y murió como poeta. Y que si bien esto no roza la piel de su creación, sí nos
lo recuerda fiel a su vocación, asido a ella igual que a una llama que le quemara
las manos hasta que la muerte, más misericordiosa que la vida, le cerró los ojos.
20 de abril de 1952
Lunares en la estatua
Prometimos en una Alacena pasada, un resumen de las opiniones de Victoria-
no Salado Álvarez sobre Facundo, nombre de pluma de José Tomás de Cuéllar,

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