Diario del Primer Imperio

AutorAndrés Henestrosa
Páginas116-117
116
ANDRÉS HEN ESTROS A
Diario del Primer Imperio
Obra en mi poder, desde el año de 1937, copia de un manuscrito existente en el
Middle American Research Institute de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns.
El original fue adquirido en Londres por Franz Bloom, en otro tiempo jefe de
aquella institución. El primero que se ocupó de esta joya fue Rafael Heliodoro
Valle en las páginas de El libro y el pueblo, en el número correspondiente a octubre
de 1932, ahora veinte años. Valle alude de modo pasajero al Manuscrito, por cierto
llamando a su autor Bervete, por una mala lectura de la caligrafía del autor; error
que repite en este mismo mes de octubre al referirse nuevamente al documento
en el número 6 de la revista Historia de América que anima Daniel Cosío Villegas,
a propósito del Diario histórico de Carlos María de Bustamante.
El nombre verdadero del autor de este Manuscrito es Miguel Beruete y
Abarca, un empleado del ramo de tabacos de la administración colonial en
los días que México alcanzó su independencia, de la que era enemigo; pero
que se quedó en México y participó en todos los corrillos en que nacían y se
propagaban los rumores con la esperanza de que España recobrara la colonia
perdida. Tuvo la curiosidad, desde la víspera de la proclamación de Iturbi-
de como Emperador de México, de ir apuntando diariamente todos aquellos
sucesos relativos a la nueva situación en que entraba el país. Y lo hacía con
malicia, afán partidarista y con tristeza si los hechos eran contrarios a su po -
sición, alegremente si la favorecía. Sólo una vez llama Diario a sus apuntes.
Pero ésa es suficiente para que así lo titulemos, mayormente si se piensa que
con ese sentido escribió Beruete sus apuntes dentro del estilo que privaba en
aquellos días, como lo testifica Bustamante, clásico en nuestras historias de
este género.
El Manuscrito se inicia el 17 de mayo de 1822 y se prolonga hasta la muerte
de Iturbide que “murió baja y cobardemente… que murió como vivió, nove-
lescamente”; y aún más allá, hasta la caída de San Juan de Ulúa, último reduc-
to de los españoles y de las esperanzas de Miguel Beruete.
El Diario tiene una importancia de primera en el estudio de aquella época.
Los testimonios de el Pensador, de Alamán, de Bustamante, de Vicente Roca-
fuerte, encuentran en sus páginas su complemento y comprobación. Lo que
ellos apuntaron a medias, suele encontrar allí un dato que robustece sus afir-
maciones; un adjetivo, una palabra que pinta con un nuevo color los instantes
de aquella lucha. Y, en efecto, ha servido para completar algunas semblanzas:

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