Un libro: una generación

AutorAndrés Henestrosa
Páginas90-91
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ANDRÉS HEN ESTROS A
Un libro: una generación
Alguna vez José Alvarado o Baltasar Dromundo intentarán un ensayo que trate
de poner en claro lo que los libros editados por Maucci y Sampere pusieron
en el ideario de los hombres de la Revolución, de la primera hora. Entonces se
verá que, en su formación intelectual y emotiva, no son ajenos algunos de los
escritores que hace medio siglo alcanzaron máxima boga en los pueblos ameri-
canos, y que muchos de los grandes ideólogos de Hispanoamérica no hicieron
otra cosa que glosar y propagar. Y que hasta los de mayor originalidad, si se pe-
netra en sus escritos, denuncian que de filósofos no tenían sino la definición:
amor a la sabiduría, enriquecida con un amor a la humanidad que desborda los
márgenes de sus libros.
Reduciendo el tema a México, se descubría que debían los promotores de
la Revolución en materia de arte, de filosofía, de ciencia, de política, a los mal
impresos, plagados de erratas, mal traducidos libros de Maucci y Sampere.
Cada generación tiene sus libros favoritos, entre los que destaca uno, en cuyos
surcos se entreabre la palabra que el lector, quizá sin saberlo, busca. Los hombres
de hace un cuarto de siglo, tuvimos el nuestro. Y no era precisamente un libro de
primer rango, sino uno que en el cónclave de los grandes ocupa lugar modesto,
pero que logró poner en nosotros un impulso, un efluvio, la simiente de una pa-
labra oportuna, como diría José Enrique Rodó, gran escritor y ensayista, que no
gran filósofo, formado con lecturas parecidas. Nuestro libro fue Sachka Yegulev,
Máximo Gorki, Fedor Dostoievsky, Nicolás Gogol, León Tolstoi nos enseñaron
más cosas, nos agigantaron el mundo de las ideas y de los sentimientos, nos hicie-
ron amar la vida, pero Leónidas Andreiev nos enseñó a amar la muerte, si en ella
estaba presa una limpia idea, un generoso impulso. Ese solo libro puso en trance
de muerte a toda una generación, aquella que hizo la autonomía universitaria, al
paso que hizo la campaña vasconcelista, única en la historia de nuestras luchas
cívicas. Escribo lejos de mis lecturas, sin tiempo para verificar las afirmaciones,
pero puedo asegurar que Germán de Campo, por ejemplo, encontró en Andreiev
la frase, la inspiración que lo llevó a la muerte. De Sachka Yegulev dedujimos la
dolorida certeza de nuestra conducta ciudadana, y aunque ahora le descubramos
las fallas, algo queda vivo, algo se prolonga en la conducta de hoy.
El amor, como las lágrimas, aspira a ser recíproco. Cuando el alma de un
gran pueblo sufre, toda la vida está perturbada, los espíritus vivos se agitan y
los que tienen un noble corazón inmaculado van al sacrificio. De éstos eran

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