El canto del cisne

AutorAndrés Henestrosa
Páginas78-80
78
ANDRÉS HEN ESTROS A
como lo señala el mismo Urbina, al decir que tal vez alguna breve galantería,
alguna suave queja erótica, pequeñas como un Uta japonés, se hayan deslizado
de boca en boca hasta los exuberantes poetas coloniales que los transformaron
en silvas petrarquistas y odas españolas.
La duda de Urbina alcanza su límite cuando califica la vida y la obra de
Nezahualcóyotl de verdadera superchería. Un hombre de su época, de su raza,
y de su tiempo, dice, indudablemente soñador, porque de sus sueños parece
que quedan vestigios en sus comarcas de Tezcoco, pero cruel, feroz, impreg-
nado hasta la médula de sus creencias idolátricas, de sus profundas teogonías,
no era posible que se imaginase a un Dios único misericordioso y tranquilo.
¿Qué ocurrió con Urbina que tan excelentes muestras de buen juicio nos
da a lo largo de L a vida literaria d e México? Creo haberlo averiguado: no pudo
sobreponerse a los juicios, o prejuicios, de dos de sus maestros, Marcelino
Menéndez y Pelayo y Joaquín García Icazbalceta, que de un modo tan cerrado
negaron a los indios la luz necesaria para apresar en las ondas de la vida, las
sílabas de lo eterno y de lo misterioso.
Aceptar que Nezahualcóyotl había previsto al Dios único, había cantado la
fugacidad de la vida y la eternidad del bien, era relevarlo de su condición feroz,
cruel, idolátrica; era acercarlo a los poetas del Cristianismo, lo cual equivalía
a un verdadero sacrilegio. Pero, además, era reducir el monto del bien que se
hizo a los indios al regalarles la religión cristiana, justificación en gran parte de
la esclavitud a que redujeron los conquistadores a los naturales.
18 de marzo de 1952
El canto del cisne
Hace muchos años, recién llegado a México, cayó en mis manos el primer libro
de Enrique González Martínez, Los senderos ocultos. Era un ejemplar que el gran
poeta Salomón de la Selva había regalado al gran pintor Manuel Rodríguez Lo-
zano, con una dedicatoria que aludía a la condición genial del gran poeta muerto
apenas ayer.
Yo venía del pueblo, casi del monte. Si algo había leído en verso eran las
composiciones contenidas en los libros de lectura escolar. Si algo había oído
y sabía de poesía era la poesía popular dispersa oralmente en los pueblos de

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR