Lecturas oportunas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas68-69
68
ANDRÉS HEN ESTROS A
cascos del caballo del padre que desapareció ante el azoro del hijo por una
de las calles de San Miguel.
Otras cosas pudieran decirse de este libro y de su autor, pero ahora sólo
quise decir –y esto parece el mayor elogio– que así quisiera yo escribir uno
para evocar mi pueblo, más bello, mientras más lejano.
26 de enero de 1952
Lecturas oportunas
Esto suele suceder: que la lectura de un libro despierte en el lector la vocación
literaria. Con razón ha dicho un autor americano, Gonzalo Zaldumbide, que
los libros dan a luz libros; y un proloquio zapoteco que las palabras paren pala-
bras, es decir, las promueven, dando a luz lo oculto; así las palabras ofensivas,
a las que de modo más exacto se refiere la sentencia indígena. Esto me ocurrió a
mí: de leer libros me nació la idea de escribirlos. A un libro, sobre todo, debo
el único que de verdad he escrito. Sucedió que, allá por el año 25, cayó en mis
manos La tierra del faisán y de l venado de Antonio Médiz Bolio, recién publica-
do en Buenos Aires, con una carta de Alfonso Reyes a manera de prólogo. Su
lectura abrió ante mis ojos un mundo envuelto en tenues gasas nostálgicas,
lejano, pero vivo, susceptible de reconstruir. Había allí dos elementos que me
impulsaban: el tema indígena y las finas sugerencias de Reyes contenidas en
las palabras iniciales. El tema era la reconstrucción de los mitos indígenas de
Yucatán; lo otro, la prédica del prologuista, y su esperanza de ir descubriendo
el alma nacional, contenida en parte en las tradiciones indígenas. Médiz Bo-
lio era un indio, si no por la sangre, sí por la emoción y el espíritu; hablaba la
lengua de su región, la maya, y sin contradicciones ni querellas había logrado
armonizar las dos culturas de su procedencia, reconciliar a sus dos abuelos,
sin lo cual ningún mexicano lo es cabal. Un gran amor y un gran orgullo por
el abuelo indio se adivinaba en sus pág inas escritas en el más depurado es-
pañol, pero pensado en indio, con raíz india. Una gran nostalgia, un leve eco
doliente, latía en las páginas, escritas unciosamente. Y descubrí que algo de
aquello tenía yo. También procedía de una ilustre cultura indígena, la zapo-
teca, y que también en mí se reunían dos sangres, dos culturas. Y quién sabe
si yo no pudiera intentar un libro como La tierra d el faisán y del v enado, quién

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