El llamado de la tierra

AutorAndrés Henestrosa
Páginas62-63
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ANDRÉS HEN ESTROS A
deben trascender al público, a menos que su autor las autorice. Así las conver-
saciones, así las cartas, o los borradores que no tuvimos tiempo de romper. Es
una acción reprobable e inmoral el publicar una sola línea de un escritor que él
mismo no haya destinado al gran público, dice Enrique Heine en algún lugar
de sus Memorias.
Alfonso Taracena, pendiente del caso de Eckermann y profesando a Vas-
concelos una devoción y apego parejos al que el interlocutor de Goethe profe-
saba a éste, creyó útil para su fama consignar sus palabras tal como iban apare-
ciendo, sin desbrozarlas y sin sujetarlas a tamiz, sin decantarlas. El resultado
fue que Vasconcelos desautorizó el libro, y Botas, el editor, se vio en el penoso
extremo de retirarlo de la publicidad, acabando así con los dos una amistad y
una colaboración de muchos años. Algunos ejemplares del libro, sin embargo,
lograron circular y caer en manos despiadadas, tal éste que enriquecido con
notas y comentarios que por igual calificaban desfavorablemente a Vasconcelos
y a nuestro frustrado Juan Pedro Eckermann, vino a parar entre mis libros.
No todo, claro está, medra contra el buen nombre de los protagonistas
de la historia contenida en el libro Viaja ndo con Vasconcelos. A lgo queda en el
libro útil para la buena fama del autor del Ulises criollo. Son aquellos lugares en
que Taracena, buen escritor y mejor partidario de José Vasconcelos, consigna
juicios y opiniones inesperadas y brillantes acerca de personas, obras y cosas
que lograron rozar la inteligencia y la pasión del autor del a priori estético y del
sentido alegre del pesimismo.
5 de enero de 1952
El llamado de la tierra
Hijo de mexicano, ciudadano mexicano y vicecónsul de México durante mu-
chos años en dos poblaciones del Mediodía de Francia, Manuel H. Pastor
vino a conocer la tierra de su padre en los últimos años del siglo pasado. Era
hombre muy instruido, conocedor de lenguas extranjeras, desde luego el in-
glés y el francés, pues había estudiado en Inglaterra y había vivido largos años
en Francia, donde parece que el padre cuyo nombre nunca revela, vivió por
largo tiempo, quizá en el servicio exterior. Vivió, también, en España. D e la
lectura de su libro Impresiones y recuerdos de mis viajes a México publicado en San

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