La abeja

AutorAndrés Henestrosa
Páginas83-84
NOERA sábado, no era domingo: era
un día que los calendarios no reco-
gieron. Ya todo estaba hecho. Las
aves, los peces, los animales, el hom-
bre, las rosas, todo estaba hecho. Pero
algo faltaba: faltaba la abeja. Los hombres
tenían la sal, pero no el azúcar y Dios quiso
hacer a las abejas para que trabajaran la miel,
que fue el azúcar de los primitivos.
Juntó arcilla rubia de las márgenes de los ríos, y un poqui-
to de sal y un poquito de polen; cargado de estos menesteres,
se acercó a la orilla del mar, que en todo ha de estar presente.
Trabajaba el artífice. Salida de sus manos la pareja de cada
especie, era expuesta al sol para secarse y, seca, la brisa la levan-
taba y la perdía en el azul de la mañana.
Pero el diablo no duerme, trabajaba tanto como Dios.
Fue acercándose a la orilla del mar para interrumpir, en lo que
pudiera, la obra del creador. Estaban sobre la arena que de tan
blanca parecía polvo de perlas, la abeja y el abejón, y el diablo
los partió por la mitad. Viendo aquello, Dios tomó las dos
partes, las afiló, y anudándolas, las lanzó con su soplo hacia la
lumbre del mediodía.
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La abeja

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