Mudubina y Stagabeñe

AutorAndrés Henestrosa
Páginas67-69
C
UENTAN
en los pueblos zapotecas del Istmo, cuan-
do una ocasión propicia revive en nosotros al
niño narrador de fábulas, una dolorosa historia de
amor: la leyenda de la mudubina y el nenúfar, sta-
gabeñe en Dichazaa: un abismo de dolor
contenido en la pequeñez de un cáliz,
igual que la hostia, un abismo de luz.
No siempre fueron la mudubina y el ne-
núfar flores del agua; en el principio fueron terrestres: en la
selva, al lado de la vara de San Juan y de la flor del campo,
vivieron en una inocente promiscuidad. Errando una mañana
Stagabeñe encontró a Mudubina. Viéndola cerrada, la defini-
ción misma de la doncellez y símbolo de la espera en la
mecánica del amor zapoteca, reconoció en ella a la mujer que
le estaba asignada. Y a lo largo del día la enamoró.
Con el cuello vuelto hacia ella, lo encontró el mediodía,
lo encontró la tarde. Cantó la paloma: Sola estoy, cuando la
intensidad de la luz repitió ante sus ojos la noche en que
perdió a la madre; pero Mudubina permaneció muda: los
múltiples labios de sus pétalos no se levantaron para per-
fumar, porque las flores hablan perfumando. El canto del
cuiga, el viejo pájaro agorero, comenzó a halar la noche. Y
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Mudubina y Stagabeñe

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