Fundación de Juchitán

AutorAndrés Henestrosa
Páginas65-66
LOS PEQUEÑOS patos silvestres llamados piji-
jes, que la víspera del Gucigue oímos pasar
cantando por las noches, habían propagado
la muerte de Santa Teresa. Y su alma, vuelta
al cielo, la había recogido Dios en su seno.
Pero la ciudad en la que quería reunir a los
hombres dispersos no estaba construida; y
el Señor persistía en su propósito. Y mandó a
sus emisarios a llamar a Vicente Ferrer, quien no obstante su
niñez era ya santo. Dios le dijo:
–Baja a la tierra y haz que sea erigida la ciudad que Santa
Teresa no pudo construir y guarda en ella a los hombres cuya
bondad salvó de la catástrofe del mar–. Sin sonar su alegría, el
santo volvió a la tierra para cumplir la orden celestial. En
el lugar que tocaba cuando descendió, el aire era fino y claro,
como tendido a blanquear al sol; la tierra fértil, el agua a flor
de luz; la lluvia vivía en lo alto, pero dócilmente acudía cuan-
do se la llamaba; la selva se apretaba próxima, rogando con los
brazos llenos de frutos.
–Éste no será el lugar de mi ciudad –comprendió San
Vicente–, pues los moradores no tendrían trabas ni peligros,
y se volverían indolentes y lentos de espíritu; y yo quiero te-
ner hijos trabajadores y prontos.
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