Los árboles y la sequía

AutorAndrés Henestrosa
Páginas107-107
HUBO aquella vez una gran sequía, más
grande que nunca la hubo. Ardía el
campo, se quemaba la luz, ardía el aire,
el silencio, la distancia. Los árboles
caminaban rumbo a los ríos, a los arro-
yos, a los lagos, también secos. Eran los
pozos un bostezo de aire caliente.
Fue entonces cuando el pino se puso en las puntas de los
pies para alcanzar las nubes, y se quedó gimiendo por no
lograrlo. Cuando al palo colorado –bixólo, en zapoteco– se le
cayó la piel, se llenó de manchas, de quemaduras; cuando
el roble clavó muy hondo sus raíces en la tierra en busca de
algún venero, sin alcanzarlo; cuando el huanacastle creó estos
frutos que parecen orejas, para oír por dónde corría el agua,
y se quedó como en éxtasis, como en suspenso, silencioso, en
espera de algún eco… Pasó el tiempo de secas. Otra vez la llu-
via como una bendición del cielo cayó sobre los campos. El
pino quedó altivo, pero sollozante; el bixólo con las ropas
rotas y quemadas; el roble bien sembrado en la tierra; y el
huanacastle con esos sus frutos que parecen orejas…
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