La langosta

AutorAndrés Henestrosa
Páginas105-105
HUBO una vez en la tierra una gran cala-
midad, una gran hambre, una nunca
jamás vista carestía de maíz. La muerte
reinaba en el pueblo. Sus pasos, su sombra,
llenaba de espanto a los hombres. Las tro-
jes, los cuscumates, se iban agotando; se
guardaba el grano, como oro que es, igual que
un tesoro; se contaban los granos del maíz: ni uno más de la
cuenta. Llegó un día en que ya sólo había una mujer que
tuviera maíz. Su hijo, hambriento, le imploraba unos granos.
Y ella se los daba a disgusto, casi a la fuerza. Hasta que una
vez se los negó. Lloroso se marchó, maldiciéndola.
A la mañana siguiente, cuando la mujer abrió la troje, una
nube de langostas irrumpió de ella; atronó el espacio, cubrió
la luz del sol, inundó el aire de un fétido olor.
Desde entonces la langosta es azote de los sembrados. Y
por eso tienen en el pecho un grano de maíz. La langosta es
un grano de maíz con alas.
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La langosta

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