La golondrina

AutorAndrés Henestrosa
Páginas93-94
ENTONCES, este lago de Santa Teresa no
contenía, como hoy, agua muerta y esca-
sa, sino viva y abundante, y no había monte
cercano a su orilla, sino una cinta ancha, blan-
quísima, de playa.
Perseguido Jesús por los judíos,
sucios de ira, hacía varios días, lo mismo si
llegaba o se iba la luz, caminaba una maña-
na junto a sus olas. Y la golondrina que se desvelaba por él en
fuerza de adorarlo, lo seguía para borrar sus huellas arrastrán-
dose en la arena. Esa mañana, de tan cercanos, sus pasos y los
de sus perseguidores se oían juntos. Una mano enemiga ex-
tendida le llegaría al hombro; pero el Niño, en rápido ademán
de cruzar el agua, avanzó varios metros de profundidad aden-
tro. Y el mar, apagadas sus olas, no le subió más arriba de las
rodillas.
Los judíos, espantados, retrocedieron ante el milagro.
Pero la golondrina, por no haberlo visto volver a la playa
limpia de enemigos, continuó su vuelo buscándolo. Cuando
llegó al otro lado, la pena le había teñido de negro desde el
pico hasta la punta de las plumas de la cola, conservando des-
de entonces blanco sólo el pecho, para recordar a los hombres
que con él borró sobre la arena las huellas del Señor.
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La golondrina

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