Del pez que cenó San Juan

AutorAndrés Henestrosa
Páginas85-86
SE PESCA en las aguas del Istmo de Tehuante-
pec, cuando el sol de marzo convierte en ríos
ilusorios los caminos y en la punta de la brisa
flamea la canción de la cigarra, un pez peque-
ñito llamado en lengua nativa benda gudó
apóstol. Menor que la mojarra, sin plata ni
rubí en las escamas, sino desteñido, cadavé-
rico y apagados los ojos, la fantasía y la ternura zapotecas se
valieron de él para crear una de sus leyendas sagradas.
Se dice que estaban una tarde un pescador llamado Juan
y otros compañeros, sentados sobre el labio del mar. Agoniza-
ba el día y consumidas sus carnes, se dijera que se le veían los
huesos. Y, como en las festividades luctuosas del pueblo,
unas sirenas se congregaron para hilarle un sudario con la
espuma que las olas formaban en la orilla. El crepúsculo,
rimado de golondrinas, invitaba a la ensoñación. Mudos, los
pescadores parecían atentos a un acontecimiento que oyeran
venir.
Sobre la arena moría el fuego en que acababan de ade-
rezar la cena: comía cada uno su porción de pesca mientras la
noche crecía con un dedo sobre el labio. De pronto, de la gar-
ganta de la sombra surgió un grito. Un instante se vieron los
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