Jesús Silva Herzog

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas275-292
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Jesús Silva Herzog*
Hace bien la UNAM con recoger las meditaciones dispersas publicadas en
revistas y diarios de Jesús Silva Herzog, tan representativas de la genera-
ción que alcanzó la adultez durante la revolución maderista, porque con
ello se ejerce una labor de docencia útil para la formación intelectual y
moral de las nuevas generaciones, aparte de que así se forja un eslabón de
la cadena que habrá de dar continuidad creadora a nuestro proceso cultu-
ral y al propósito de resolver con seriedad y permanencia los problemas
de México.
Es evidente que los jóvenes, antes de lanzarse con vehemencia en de-
fensa de las fórmulas generosas que intuyen, tienen el deber fundamental
de informarse qué han pensado sobre las grandes cuestiones nacionales
aquellos que han precedido. Otra conducta sería por cierto hacer en forma
cómica e inconsciente el papel de descubridores de mediterráneos y Jesús
Silva Herzog es cátedra permanente para las juventudes, junto con Isidro
Fabela, Luis Cabrera, Rafael Nieto y Fernando González Roa, cuya obra
urge actualizar con su reedición.
Don Jesús tuvo una infancia patética. Hijo de una laboriosa viuda na-
cida en Austria, desde muy niño contrajo una enfermedad infecciosa en
la vista que lo dejó casi ciego. Fue el suyo un caso de notable supercom-
pensación porque su tenue visión no le impidió devorar torrentes de pági-
* Artículo publicado en El Gallo Ilustrado, suplemento cultural del diario capitalino El Día
el 23 de marzo de 1986.
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José E. Iturriaga
nas permeadas de gran sentido social. Forzó su vista para aprender y en-
señar a los demás. Fue maestro nato.
Quien no conocía esa tragedia vinculada a la biografía infantil de don
Jesús solía a veces sonreír con impiedad cuando el maestro prácticamente
convertía sus ojos en instrumento táctil al rozar casi con la retina los escri-
tos en versión mecanográfica que leía en sus conferencias. Y así las dictaba
en El Colegio Nacional de donde era uno de sus ilustres miembros, o bien,
improvisaba con gran elocuencia y decoro intelectual en el mismo Colegio
u otros foros de provincia y del extranjero que habían reconocido sus vir-
tudes académicas con una veintena de doctorados honoris causa.
La revista bimestral Cuadernos Americanos, fundada y dirigida por Jesús
Silva Herzog hace casi medio siglo, permite recordar el papel que ella cum-
plió dentro y fuera del ámbito cultural de los pueblos latinoamericanos.
Cuadernos… se propuso defender las mejores causas libertarias y nada
de lo que es humano le fue extraño: el hombre y su cultura, sus derechos
y su bienestar, su afán de paz y su potencialidad creadora. Al filo de la
crisis más honda de los tiempos, Cuadernos Americanos supo rescatar toda
vocación de pensamiento libre, de éste y del otro lado del Atlántico. Sin
embargo, su virtud máxima reposó en algo bien ostensible: que los mejo-
res valores de Latinoamérica, sus jornadas históricas más decisivas, sus
patricios más señeros —tanto los actuales como los del pasado— los hizo
circular Cuadernos… a través de sus páginas siempre en diálogo infor-
mativo y fecundo a lo largo y a lo ancho de todas y cada una de nuestras
patrias.
En este sentido, los 250 volúmenes de Cuadernos Americanos constitu-
yen todo un curso integral de latinoamericanismo, el más eficaz al que
hayamos podido matricularnos. Y ello a tal punto, que quien ha pasado y
repasado con atención las páginas de esa revista a lo largo de sus prolon-
gados años de existencia, le corresponde —sin disputa— un nuevo grado
universitario que don Jesús Silva Herzog, si viviere, debería expedir: el
grado de latinoamericanólogo.1
1 Cabe aclarar que desde la muerte de don Jesús, la revista la dirige el filósofo Leopoldo Zea.

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