Alejandro Carrillo Marcor

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas97-115
97
Las memorias de Alejandro Carrillo Marcor —incompletas como son— nos
explican con diafanidad la etiología de la conducta pública y privada de ese
mexicano de excepción, cuyo cerebro dejó de recibir irrigación sanguínea
desde hace casi tres lustros.
En este lapso ha surgido una nueva generación dentro de la cual hay
una minoría preocupada por la continuidad de la cultura mexicana y el
perfeccionamiento de las instituciones políticas de nuestro país. Alejandro
Carrillo Marcor, por desgracia, es casi un desconocido para aquella minoría.
Qué bueno que antes de su patética invalidez, Alejandro Carrillo con-
signó en el papel algo de su vida: lo que él llama Apuntes y Testimonios.
El género memorialista deberían cultivarlo quienes manejaron altas
responsabilidades públicas y administrativas, pues nutre la curiosidad in-
telectual de quienes están empeñados en disponer de datos más completos
y confiables para trazos mejores de la macrohistoria.
Sí, el género autobiográfico no es un quehacer menor, aun cuando
quienes se han lanzado a practicarlo lo hicieron con pudor al ubicarse
como centro de sus textos. Alejandro Carrillo Marcor superó el pudor y lo
trocó por la confidencia ilustrativa y enseñanza generosa tendiente a expli-
car el trasunto de no pocos sucesos en los que él actuó como protagonista
o como deuteragonista.
Alejandro fue inscrito en septiembre de 1913, a los cinco años y medio
de edad en la escuela de paga Las Paulitas, propiedad de tres hermanas
Alejandro Carrillo Marcor
98
José E. Iturriaga
que se habían formado en la prestigiada Escuela Normal de Xalapa, fundada
por Rébsamen. Allí cursó cinco años de enseñanza primaria y el sexto lo
terminó en el Colegio Sonora, gubernamental, debido a la estrechez econó-
mica familiar. Pero allí obtuvo medalla de oro por ser el más aventajado
alumno.
Y como no había en Hermosillo escuelas secundarias, Alejandro ingre-
só a la Escuela Comercial para estudiar durante dos años taquimecano-
grafía y teneduría de libros; continuó esos estudios hasta terminar la carrera
de contador en otros países del mundo, donde su padre se desempeñó como
cónsul de México.
Por sus brillantes notas cosechadas al recibirse como tenedor de libros,
una tienda y un banco ofrecieron a Alejandro un empleo. Mas para trabajar
en una u otra, debía portar pantalones largos y no cortos, como los usaban
los preadolescentes de las clases medias y populares urbanas de México
y en el mundo, costumbre que desapareció universalmente a fines de los
treinta de este siglo. Lo cierto es que a contrapelo de la voluntad de
sus
padres, Alejandro trabajó ya con pantalón largo, no sin obtener —al
fin— la compresión de sus progenitores.
Monaguillo de la capilla de El Carmen, ayuda a decir la santa misa al
sacerdote Porfirio Cornides, cuyo jerarca superior era el obispo Valdespino,
de elegancia desafiante: calzaba zapatillas de charol con hebillas de oro y
cubría sus piernas con medias de seda, las que mostraba cuando viajaba
en un carruaje tirado por dos caballos desde donde bendecía a feligreses
y transeúntes. ¿El anticlericalismo de Alejandro Carrillo Marcor habrá bro-
tado desde entonces? Es posible.
Las lecturas de Alejandro en aquella época se limitaban al catecismo
del padre Ripalda, pero tres decenios después su catecismo fue El capital de
Carlos Marx.
Familiarizado con el poder desde niño, Alejandro conoció a muchos per-
sonajes importantes, entre ellos a tres futuros presidentes de la República.
Por lo pronto, a su tío —primo de su madre—, don Adolfo de la Huerta, quien
gobernó Sonora unos meses —de junio a noviembre de 1920— y más tarde

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR