Francia (1914-1931)

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas8-58
I. FRANCIA (1914-1931)
DESDE 1905 hasta el rompimiento entre comunistas y anticomunistas
en 1920 los socialistas franceses estuvieron organizados en un solo
partido unificado, que se llamaba a mismo Section Française de
l’Internationale Ouvrière (Sección Francesa de la Internacional
Obrera). Esta designación era en parte un tributo a la presión que la
Segunda Internacional había hecho sentir sobre las facciones
contendientes. Sin esa presión es dudoso que se hubiera producido
alguna unificación, y la conducta de las delegaciones francesas a
los congresos internacionales después de 1905 demostró
claramente que las diferencias no habían desaparecido de ninguna
manera. Los viejos dirigentes Jean Jaurès (1859-1914) y Jules
Guesde (1845-1922) se enfrentaron en más de una ocasión,
especialmente en relación con la cuestión crítica de la acción
internacional para evitar la guerra. Difirieron también acerca de la
actitud correcta respecto a las campañas antimilitaristas, la acción
conjunta con la izquierda burguesa y, en no menor medida, respecto
a los sindicatos. Guesde siguió insistiendo en la necesidad de poner
a éstos bajo el control del Partido Socialista, mientras que Jaurès,
independientemente de lo que él mismo hubiera deseado, estaba
dispuesto a aceptar la doctrina de la independencia sindical de
compromisos de partido, establecida en 1906 por la Confédération
Générale du Travail (Confederación General del Trabajo, o CGT) en
la Carta de Amiens, y pudo mantenerse así en buenas relaciones
con el núcleo principal de esa confederación.
Las delegaciones francesas a los congresos internacionales
siguieron desperdiciando sus votos en ocasiones críticas, al
dividirlos, en contraste con la unánime votación del Partido
Socialdemócrata alemán. Además, los sindicatos, aun después de
que la gran ola de sindicalismo socializador había empezado a
decrecer, se apegaron firmemente a la Carta de Amiens y se
negaron a entrar en cualquier asociación formal con la política
socialista parlamentaria.
No obstante, la unificación tuvo algún efecto, y Jaurès sostuvo a
partir de 1905 una posición de indiscutida supremacía en el
movimiento socialista francés. La cuestión de la participación
socialista en un gobierno predominantemente burgués había sido
resuelta en su contra por las condiciones de la propuesta de
Kautsky de 1904,1 pero Jaurès había aceptado la decisión como
una condición necesaria de unidad, y el asunto no surgió
nuevamente hasta 1914, cuando precipitó una nueva crisis.
Millerand, Viviani y sus partidarios inmediatos habían salido del
partido, y los socialistas habían formado una sólida oposición a los
gabinetes de los años críticos de preguerra.
Se produjo entonces, en el momento mismo en que la guerra era
un hecho pero aún no había empezado la lucha, el asesinato de
Jaurès por un fanático realista —una trágica pérdida para la causa
socialista no sólo en Francia, sino en todo el mundo—. En cualquier
otro momento la pérdida de Jaurès habría producido una cruda
lucha de facciones para sucederlo, pero en agosto de 1914 los
socialistas no estaban en actitud de pelearse entre sí. A casi todos
les parecía plenamente claro que Alemania era el agresor y que los
socialistas alemanes, al votar a favor de los créditos de guerra,
habían sido culpables de traición a la causa socialista internacional.
No había acerca de ello diferencia de opinión entre los diputados
socialistas ni entre los dirigentes de la CGT. Aun antimilitaristas tan
manifiestos como Gustave Hervé se convirtieron súbitamente en
patriotas; incluso algunos de ellos, incluyendo a Hervé, se volvieron
en los partidarios más intransigentes de la guerra hasta el final. Aun
para los socialistas menos impresionables pareció perfectamente
claro que Francia no había deseado la guerra, aunque su aliado
ruso compartiera con Austria-Hungría y Alemania la culpa de
haberla provocado. Jaurès había proclamado siempre en la
Internacional el derecho y el deber de la defensa nacional, y en
agosto de 1914 aun aquellos que se le habían opuesto se
convencieron, a medida que los alemanes se lanzaron a través de
Bélgica en su ataque relámpago contra Francia. Cuando, en pocos
días, surgió la cuestión de la participación socialista en un gabinete
amplio “de Defensa Nacional” no hubo una oposición articulada. Los
socialistas franceses, con unanimidad poco acostumbrada, no sólo
aceptaron apoyar la guerra, sino que consintieron también en que
dos de sus dirigentes entraran al gabinete: Marcel Sembat (1862-
1922) y Jules Guesde, cuando este último había sido antes de la
guerra el principal opositor a todas las formas de colaboración
socialista-burguesa. Guesde, decano del marxismo francés, tenía ya
sesenta y nueve años cuando fue ministro, y dio marcha atrás a su
política de toda una vida en la gran emergencia de 1914. Sembat,
con poco más de cincuenta años, pudo desempeñar un papel más
activo. En la primavera de 1915 se unió a ellos un hombre mucho
más joven, Albert Thomas (1878-1932), el que como ministro de
Pertrechos desempeñó un papel importante en la organización de la
producción de guerra y quien después de la contienda dejaría de
actuar en el movimiento socialista y se convertiría en el primer
director de la Organización Internacional del Trabajo.
Aquella unanimidad en los altos puestos —entre los diputados
socialistas y los dirigentes de la CGTno debe considerarse como
una prueba de que todos los socialistas franceses apoyaran la
participación socialista en el gobierno de la “Union Sacrée”. Por el
momento, sin embargo, la oposición fue drásticamente silenciada.
Muchos de los jóvenes más combativos del partido y de los
sindicatos fueron llamados al servicio militar; y las organizaciones

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