La batalla de las internacionales (1922-1931)

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas271-312
X. LA BATALLA DE LAS
INTERNACIONALES (1922-1931)
EN UN volumen anterior1 hicimos la historia del conflicto entre las
internacionales rivales hasta la fundación de la Unión de Viena en
febrero de 1921. Desde entonces hubo por algún tiempo tres
internacionales rivales, o cuatro, si incluimos la Internacional
Sindicalista creada en Berlín en diciembre de 1922. Los
anarcosindicalistas, sin embargo, no lograron en ningún momento
un apoyo de masas, aunque tenían muchos partidarios en España y
no pocos en Italia y en Holanda. El movimiento anarquista en la
Unión Soviética llegó a su fin cuando Néstor Majnó abandonó el
país en 1921. En lo sucesivo, los anarquistas rusos que todavía
quedaban se dispersaron por el mundo, exiliados, haciendo en
todas partes violentas denuncias del régimen tiránico que se había
implantado en Rusia, pero sin llegar a causar gran impresión porque
estaban igualmente en desacuerdo con los grupos mayoritarios de
opinión en los países donde se radicaron. Tenían vigorosos
escritores y oradores en sus filas, desde Emma Goldman (1869-
1940) y Alexander Berkman hasta Volin, entre los rusos, y desde
Rudolf Rocker (1873-1958) en Alemania hasta los sucesores de
Malatesta en Italia; pero en ningún lugar fuera de España
constituyeron un movimiento de verdadera importancia.
De las otras tres internacionales —aparte de los dos organismos
sindicales rivales, con sede uno en Ámsterdam y el otro en Moscú
—, la Unión de Viena, como hemos visto, no pretendía ser una
internacional en sentido absoluto. Era sólo una “unión laboral”
destinada a preparar el camino a una internacional amplia que
reuniera, de alguna manera, a las facciones socialistas en conflicto.
Duró sólo dos años antes de unirse, en el Congreso de Hamburgo
de mayo de 1923, a la resucitada Segunda Internacional, o
Internacional de Berna, para formar la nueva Internacional Obrera y
Socialista, que existió hasta la segunda Guerra Mundial. Esa fusión
puso fin, definitivamente, al movimiento centrista que había
intentado una reconciliación entre comunistas y socialdemócratas
sobre la base del reconocimiento de que los métodos para lograr el
socialismo tendrían que diferir necesariamente de un país a otro, y
de que ni la democracia parlamentaria ni la dictadura soviética
podían considerarse métodos obligatorios para todos. Al principio, la
“Internacional Dos y Media” pareció en muchos aspectos más
cercana a los comunistas que a los parlamentarios de la
Internacional de Berna; pero el repudio decisivo y violentamente
expresado del centro por parte de la Comintern llevó a sus
miembros, aun contra su voluntad, al campo opuesto, y otros
acontecimientos particulares ocurridos entre 1921 y 1923 debilitaron
más la posición de los elementos centristas. Su intento de
reconciliar a los dos grandes rivales había logrado, en abril de 1922,
la reunión en Berlín de una conferencia conjunta de delegados de
las tres internacionales; pero esa reunión, no deseada seriamente
por ninguno de los partidos extremistas, había empezado y
terminado con violentas recriminaciones mutuas. Los delegados
comunistas, encabezados por Radek, acusaron duramente a los
“social-patriotas”, que habían criticado a los comunistas por su
conducta respecto a los mencheviques georgianos y a los social-
revolucionarios que estaban a punto de ser juzgados en Rusia. A
pesar de esas irreconciliables actitudes, sin embargo, ninguno de
los partidos extremistas podía permitir en esa etapa que las
gestiones terminaran en un rompimiento definitivo. Los comunistas
aceptaron que debía otorgarse a los social-revolucionarios un juicio
público y permitirse que abogados extranjeros de la Internacional de
Berna entraran en Rusia para defenderlos, y aceptaron también la
designación de una comisión conjunta para estudiar la cuestión
georgiana. Los representantes de la Segunda Internacional, por su
parte, aceptaron en principio que se convocara lo más pronto
posible a una conferencia conjunta y plenaria, con representación de
todos los sectores del movimiento socialista, donde debería
considerarse nuevamente la constitución de una sola internacional
que abarcara a todos. Los delegados de los tres organismos se
arreglaron entonces para redactar un manifiesto común, donde
apelaban a los trabajadores de todos los países para organizar
manifestaciones de masas en favor de la jornada de ocho horas y
de las medidas necesarias para evitar el desempleo y asegurar el
reconocimiento del derecho al trabajo, y en el que pedían, además,
la “acción unida del proletariado contra la ofensiva capitalista, en
favor de la Revolución rusa y de la reanudación por todos los países
de relaciones políticas y económicas con Rusia, así como del
restablecimiento del Frente Unido proletario en todos los países y en
la Internacional”. El Comité de los Nueve —tres de cada
organización—, que ya se había constituido, debía continuar las
negociaciones y dar los pasos necesarios para la convocatoria de la
proyectada Conferencia de Unificación.
En toda esta aparente aproximación había un profundo trasfondo
de irrealidad. Los comunistas no tenían la menor intención de
integrar a la Comintern dentro de una internacional amplia que
supusiera una cooperación real con el ala derecha o con los
centristas, a los que habían criticado con tanta vehemencia.
Tampoco la derecha tenía intención de colaborar con los comunistas
en términos amistosos. Pero ninguno de los partidos extremistas
quería asumir la responsabilidad de poner término a las discusiones.
Los comunistas, afectados por el retroceso general de la revolución
mundial y por la depresión económica, habían revisado sus tácticas
y empezaban a hablar de un cierto “Frente Unido”, al que podían
asignarse significados muy diferentes. Lo que querían denotar con

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