Móviles que me han guiado para escribir este libro

AutorFrancisco I. Madero
Páginas708-727
708
Francisco I. Madero
MÓVILES QUE ME HAN GUIADO PARA ESCRIBIR ESTE LIBRO
ANTES de dar principio al trabajo que tengo la satisfacción de presentar al
público, precisa que diga unas cuantas palabras sobre los móviles que me
han guiado al publicarlo.
Empezaré por exponer la evolución que han sufrido mis ideas a medida
que se han desarrollado los acontecimientos derivados del actual régimen
político de la república, y en seguida trataré de estudiar con el mayor deteni-
miento posible las consecuencias de este régimen, tan funesto para nuestras
instituciones.
Como la inmensa mayoría de nuestros compatriotas que no han pasado
de los cincuenta años (¡dos generaciones!), vivía tranquilamente dedicado a
mis negocios particulares, ocupado en las mil futilezas que hacen el fondo
de nuestra vida social, ¡estéril en lo absoluto!
Los negocios públicos poco me interesaban, y menos aún me ocupaba de
ellos, pues acostumbrado a ver a mi derredor que todos aceptaban la situa-
ción actual con estoica resignación, seguía la corriente general y me encerra-
ba, como todos, en mi egoísmo.
Conocía por teoría los grandiosos principios que conquistaron nuestros
antepasados, así como los derechos que nos aseguraban, legándonos en la
Constitución del 57 las más preciadas garantías para poder trabajar unidos,
por el progreso y el engrandecimiento de nuestra patria.
Sin embargo, esos derechos son tan abstractos y hablan tan poco a los sen-
tidos, que aunque los veía claramente violados bajo el gobierno que conozco
desde que tengo uso de razón, no me apercibía de la falta que me hacían, pues-
to que podía aturdirme dedicándome febrilmente a los negocios y a la satisfac-
ción de todos los goces que nos proporciona nuestra re nada civilización.
Además, eran tan raras y tan débiles las voces de los escritores indepen-
dientes que llegaban a mí, que no lograron hacer vibrar ninguna de mis  -
bras sensibles; permanecía en la impasibilidad en que aún permanecen casi
todos los mexicanos.
Por otro lado, consciente de mi poca signi cación política y social, com-
prendía que no sería yo el que pudiera iniciar un movimiento salvador, y es-
peraba tranquilamente el curso natural de los acontecimientos, con ado en
lo que todos a rmaban: que al desaparecer de la escena política el señor ge-
neral Por rio Díaz, vendría una reacción en favor de los principios democrá-
ticos; o bien, que alguno de nuestros prohombres iniciara alguna campaña
democrática, para a liarme en sus banderas.
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La primera esperanza la perdí cuando se instituyó la vicepresidencia en
la república, pues comprendí que aun desapareciendo el general Díaz, no se
veri caría ningún cambio, pues su sucesor sería nombrado por él mismo,
indudablemente entre sus mejores amigos, que tendrán que ser los que más
simpaticen con su régimen de gobierno. Sin embargo, la convocatoria para
una convención por el partido que se llamó en aquellos días Nacionalista
hacía esperar que, por lo menos, el candidato a la vicepresidencia sería nom-
brado por esa convención. No fue así, y la convocatoria resultó una farsa,
porque después de haber permitido a los delegados que hablaran de sus can-
didatos con relativa libertad, se les impuso la candidatura o cial del señor
Ramón Corral, completamente impopular en aquella asamblea, la cual fue
recibida con ceceos, silbidos y sarcasmos.
Entonces comprendí que no debíamos ya esperar ningún cambio al des-
aparecer el general Díaz, puesto que su sucesor, impuesto por él a la repúbli-
ca, seguiría su misma política, lo cual acarrearía grandes males para la pa-
tria, pues si el pueblo doblaba la cerviz, habría sacri cado para siempre sus
más caros derechos; o bien se erguiría enérgico y valeroso, en cuyo caso ten-
dría que recurrir a la fuerza para reconquistar sus derechos y volvería a en-
sangrentar nuestro suelo patrio la guerra civil con todos sus horrores y fu-
nestas consecuencias.
En cuanto al prohombre que iniciara algún movimiento regenerador, no
ha parecido y hay que perder las esperanzas de que parezca, pues en más de
treinta años de régimen absoluto no se han podido dar a conocer más pro-
hombres que los que rodean al general Díaz, y ésos no pueden ser grandes po-
líticos, ni mucho menos políticos independientes; tienen que ser forzosamente
hombres de administración, que se resignen a obrar siempre según la consig-
na, pues sólo así son tolerados por nuestro presidente, que ha impuesto como
máxima conducta a sus ministros, gobernadores, y en general a todos los ciu-
dadanos mexicanos, la de poca política y mucha administración, reservándose
para él el privilegio exclusivo de ocuparse en política, a tal grado que para los
asuntos que conciernen a este ramo de gobierno no tiene ningún consejero;
sus mismos ministros ignoran con frecuencia sus intenciones.
No hablaré del movimiento político por medio de clubes liberales, ini-
ciado por el ardiente demócrata y estimado amigo mío, ingeniero Camilo
Arriaga, porque ese movimiento fue sofocado en su cuna con el escandaloso
atentado que se veri có en San Luis Potosí, y no tuvo tiempo de conmover
profundamente a la república. Sin embargo, conviene recordar la rapidez
con que se propagó y se rami có, pues es uno de tantos argumentos en que
me apoyaré para demostrar que es un error creer que no estamos aptos para
la democracia y que el espíritu público ha muerto.
Por estos acontecimientos comprendí que los aspirantes a un cambio, en
el sentido de ver respetada nuestra Constitución, nada podíamos esperar de
arriba y no debíamos con ar sino en nuestros propios esfuerzos.

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