Madero

AutorRamón Puente
Páginas39-43
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Algu na vez sostenía el l icenciado Miguel D íaz Lombar do que Francisco I.
Madero era la fig ura más blanc a de la historia de Méx ico. El aserto podrá
parecer ex agerado, pero es exacto.
La vida pol ítica de Madero es breve, per o de una intensid ad sin pre-
cedentes. Para muchos es un hombre ca sual; para otr os, un hombre del
destino. Apare ce rodeado de un candor i nfanti l, mejor dicho, de alucinado.
Arrastr a consigo una larga histori a de incomprendido; los únicos que lo han
tomado en serio son los humi ldes, para los que ha sido un consejero y
un médico. Ha fort alecido multitud de espíritus c on su palabra y ha al ivia-
do multitud de enfermos con el p oder magnético de sus ma nos. Posee
ese fluido misterioso, per o innegable, que ali via con el solo tacto muchos
dolores.
Pero su ambición es la de al iviar u n dolor más grande: el dolor y la
miseria de u n pueblo. Su estatura es tan c orta, que se antoja la de u n pig-
meo para ta maña empresa . ¿En dónde hay que buscar, pues, el indicio de
la grandeza ? ¿En la frente? ¿ En la mirad a? ¿En el gesto? Su fisonomía, si n
ser hermosa, tiene al go de imperdible. El c olor es pálido; la cerrada b arba
negrísim a, y las cejas espesas y casi u nidas. Pero de las pupi las se des-
prende una luz que ilu mina aquel r ostro entre na zareno y socrá tico. A
Cristo se par ece en la manse dumbre, al hijo de Sofron isco en la nar iz y
un poco en la cabez a arredondad a y voluminosa en desa rmonía con el
cuerpo. Fijándose al go más, tiene todos los rasgos del predesti nado al
Madero
Ramón Puente

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