Don Francisco I. Madero

AutorAndrés Iduarte
Páginas71-73
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Blanco, barbado, pequeñ ito, enfebrecido de fe, bueno como el pan, humi l-
de como San Fra ncisco, siempre me ha recordado a Dav id: su honda fue
la que abatió a Gol iat, gigant e que fue la dictadur a.
Al serv icio de la causa del pueblo puso sus caudales y la v ida propia,
y la de los suyos. De él lo que más se recuerda es l a sonrisa, la p alabra
dulce y car iñosa, hasta pa ra sus amigos. E n su brega no faltaba n, a su
hora, los soles y los rayos, pero aun en su fuego había t ernura de creación,
calor de hogar. Nadie dijo del dictador cosa s más desapasionadas, más
justas, y hasta el últ imo momento, hasta el últ imo lím ite, lo lla mó a la
verdad con la raz ón más serena, más lúcid a, más cordi al, a despecho de
los violentos que no alca nzaban la mejor fuer za del hombre. Todavía no se
ha visto bien cuá nta sang re evitó, con hab er habido mucha, ese juego
milag roso entre la ad monición y el combate, de la admon ición que no
frenaba sino fort alecía su combate. E n éste nunca usó el odio, porque
no lo sentía , porque no lo conoció, porque lo había dejado en los remotos
orígenes del hombre común, ni en el po der la venganz a, porque había
venido precisa mente para desterra rla. Envuelt o en la luz bienhechora, en
ella caba lgó sin desmayos, en ell a descansó sin temor es, y en ella murió
sin flaquezas.
No lo entendieron quienes no ten ían sus quilates, y lo siguen ig norando
quienes no lo han leído. ¿Cuá ntos recuerda n su libro intel igente, pene-
trant e, La sucesión presidencial en 1910? No fue un erud ito, no era escritor,
Don Francisco I. Madero
Andrés Iduarte

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