Francisco I. Madero

AutorJuan Sánchez Azcona
Páginas55-63
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A él me ligó una a mistad entrañable, desde nuestra adolescencia hasta su
muerte. Conocí ínti mamente su modo de sentir y de pensa r. Pude asomar -
me hasta el fondo de su alma, c omo a una fuente de ag ua diáfa na y cris-
tali na. Confundiendo el efecto con las causas, muchos cr eyeron en México
—alg unos lo creen todav ía— que mi ad hesión a Madero y mi estr echa
amistad con él pr ovin ieron del hecho de haber sido su secreta rio. El error
es mani fiesto; escogióme pa ra secretario porque me sentía su a migo y me
tenía con fianza . El cargo f ue resultant e de la amist ad y de la confia nza, y
no éstas de aquél.
Terminad a mi colegiat ura en Alem ania, m i padre ex igía me que reva-
lidara m is estudios en la Sorbona. C omo él estaba entonces en Buenos
Aires, a l hacerme ir a París delegó su pater na autoridad en el ilustre maes-
tro don Ignacio M anuel Altamir ano, por entonces cónsul general de Méxic o
en la “ciudad luz”. Resultó que sobrándome materias est udiada s conforme
al plan a lemán, pa ra reval idar el títu lo me faltaba pr ecisar al gunos estu-
dios conforme al pla n francés. Er an necesar ios unos pocos meses de
preparación para s atisfacer los deseos de mi padr e. El maestro me reci bió
amablemente en su casa; per o, para dar me cierta dosis de lib ertad que es
necesaria a u n estudia nte en París, a rregló que fuese a v ivir después jun-
to con unos buenos muchachos mexic anos, de muy distin guida fa mil ia,
que tenían u n piso en la rue Pi galle, y cuyos estud ios sobrevigi laba el
profesor Serrano, español de origen, p ero nacido en Fra ncia y, por lo tanto,
Francisco I. Madero
Juan Sánchez Azcona

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