La decisión de voto

AutorAlejandro Moreno
Páginas241-289
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Cuando en México se hace referencia a una elección, suele pensarse en
los grandes eventos organizados por una autoridad electoral, con una
jornada en la que un buen número de personas asisten a su casilla corres-
pondiente para emitir su sufragio, y que, además, es precedida por un
periodo de campañas electorales en el que la información acerca de los
partidos y sus candidatos es inusualmente intensa. Además del significa-
do que se asocia con estos macrosucesos políticos, una elecció n también
es un acto individual. El votante elige alguna de las opciones políticas que
se le presentan en los comicios. Y, dado que “el voto es claramente una
elección” (Evans, 2004: 3), los estudios electorales que se enfocan en el
votante individual han ofrecido varias explicaciones acerca de qué tipo de
elección es y qué la influye. Puede tratarse de una elección que refleja una
predisposición política o una identidad social desarrollada de mucho tiem-
po atrás, o puede ser también una elección que refleja algún razonamien-
to o una decisión tomada durante el curso de las campañas o, incluso, el
mismo día de los comicios. La diferencia que se hizo en el capítulo I entre
los factores de largo plazo que afectan la decisión individual de voto –tales
como el partidismo, las orientaciones ideológicas y los rasgos sociales que
los subyacen– y los factores de corto plazo –tales como la información de
las campañas, los temas de discusión y las evaluaciones que los electores
suelen hacer acerca del estado de la economía o del desempeño del go -
bierno– son un buen ejemplo de todo lo que precede y explica esa elección
que denominamos voto.
El voto puede ser, entonces, “la afirmación de una identidad o, a la
inversa, el cálculo concreto de un beneficio material(Evans, 2004: 3).
Las diferentes teorías que se revisaron al inicio de este libro nos permi-
ten establecer los factores que influyen en el voto. Visto de una manera
Capítulo VII
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Alejandro Moreno
simple, el voto es una acción que requiere tan sólo unos cuantos segun-
dos cada cierto número de años. Estrictamente, en nuestro país el voto
no es otra cosa sino el acto de cruzar una boleta electoral, o su equiva-
lente, y depositarla en una urna. En la práctica, el voto puede, por su-
puesto, implicar mucho más que eso: las acciones y los costos relaciona-
dos con acudir a una casilla o centro de votación, así como la recopilación
de la información suficiente para fundamentarla. Incluso t ambién po-
drían añadir el funcionamiento institucional para que, efectivamente, el
voto se haga válido. La infraestructura en torno al “simple” acto de votar
puede ser enorme.
En la teoría, el voto es aún más significativo que eso. Es un poderoso
símbolo del quehacer democrático, no sólo porque implica la participa-
ción incluyente de todos los ciud adanos , sino también porque en éste
recae la decisión de quién gobierna. Para unos, el voto es la base de la
legitimidad del gobierno del demos. Para otros es el triunfo histórico de
las luchas por la igualdad política y los derechos civiles. Para otros más
es “el pináculo de poder en las sociedades democráticas” (Evans, 2004: 3).
Como puede deducirse de estas afirmaciones, la ciencia política, además
de tratar de explicar el voto en sus facetas empíricas y positivas, también
atribuye una serie de virtudes y responsabilidades que reflejan varias
facetas normativas. El voto subyace a las definiciones más minimalistas
de la democracia, entendida como la competencia por el apoyo popular
med iante elecc iones inclu yente s, libre s y equit ativa s (Sch umpet er,
1942/1976; Lipset y Lakin, 2004). Esto presupone los principios básicos
de la democra cia: la participación incluyente y la compete ncia por el
poder por medio de elecciones (Dahl, 1971). En este mismo tenor nor-
mativo, también se ha hecho notar “el reclamo de las democracias a te-
ner gobiernos en los que la gente participe en las decisiones de política
pública, [y] la gente participa principalmente eligiendo a los tomadores
de decisiones de políticas públicas a través de elecciones competitivas”
(Powell, 2000: 3). Si el voto es fundamental en la democracia, el votante
es, entonces, uno de sus principales actores. La democracia implica la
competencia de opciones que buscan gobernar, pero también la elección
entre ellas. Y dicha elección recae en el votante.
En este libro nos hemos ocupado precisamente del votante como un
protagonista central de la democracia mexicana, tanto en su faceta indivi-
dual como colectiva. En este capítulo el análisis se enfoca, precisamente, al
voto y a sus determinantes en escala individual. Dichos determinantes sue-
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len diferenciarse entre los que reflejan rasgos o características de largo
plazo y los que suelen denominarse de corto plazo (Miller y Shanks, 1996).
Por un lado, hay una fuerza de largo plazo en la forma de adhesiones par-
tidarias duraderas, cuya distribución [...] rige lo que uno esperaría que
fuese la distribución normal de votos en una elección cualquiera (Conver-
se, 1966). Por otro lado, también hay fuerzas de corto plazo. Éstas también
mueven al electorado y operan para prevenir que los resultados electora-
les sean meramente un reflejo de la distribución momentánea de las adhe-
siones partidarias de largo plazo, al afectar la participación y atraer a los
identificados con algún partido hacia los candidatos de otro partido. Las dos
fuerzas de corto plazo más poderosas son las condiciones sobre las que
emergen los temas (issues) que agitan a los votantes y el carácter de los
candidatos contendientes (Pierce, 1995: 31).
En el análisis que se desarrolla en este capítulo se utilizan los datos de
encuestas para determinar el peso que las variables de cada tipo (de largo o
de corto plazos) tuvieron en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006.
Además de analizar el voto para presidente, también se desarrolla un análi-
sis similar en torno al voto para diputados federales en esos mismos años.
Según las encuestas realizadas por el diario Refor ma a la salida de las
casillas en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006, la mayoría de
los votante s ha tomado su decisión de voto con mucha a ntic ipac ión;
otros tantos se esperan lo más posible durante el periodo de campañas
y unos pocos (proporcionalmente hablando) se deciden el mismo día de
los comicios. En 2000, por ejemplo, 66 por ciento de los mexicanos que
asistieron a las urnas dijo haber decidido su voto antes de los últimos tres
meses de campañas, 27 por ciento lo hizo durante los últimos tres meses
previos a la elección y 6 por ciento se decidió el mismo día que fue a votar.
Esta última proporción, que anteriormente se describió como “unos po-
cos”, equivale a 2.2 millones de votantes en ese año, calculados con base
en el total de votos válidos emitidos. Si consideramos que la diferencia de
votos entre Fox y Labastida fue ligeramente mayor a eso, el voto que se
decidió de último momento no necesariamente fue decisivo. Además, las
proporciones de preferencias entre quienes decidieron al final fueron muy
similares a quienes lo hicieron más tempranamente. Las proporciones
mencionadas se pueden apreciar en el cuadro 42.
En la elección de 2006 la proporción de votantes que decidieron su
voto con anticipación, es decir, antes de los últimos tres meses de campa-
ñas, siguió siendo mayoritario pero disminuyó a 57 por ciento, mientras

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