El renacimiento del socialismo británico. William Morris

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas432-483
XIII. EL RENACIMIENTO DEL SOCIALISMO
BRITÁNICO. WILLIAM MORRIS
SE DICE con frecuencia que en la Gran Bretaña el socialismo
desapareció entre la última asamblea cartista de 1858 y la fundación
de la Federación Democrática en 1881. Esto no es enteramente
cierto, aun si el término socialismo se emplea en un sentido
restringido, excluyendo a los socialistas cristianos. Hubo socialistas
durante todo ese tiempo, aparte de los refugiados extranjeros cuyos
clubes funcionaron a lo largo de todo el periodo que siguió a la
década de 1840 y fueron muy reforzados en 1870, después de la
caída de la Comuna de París. Esos clubes siempre tuvieron algunos
miembros británicos y alguna relación con grupos de la Gran
Bretaña interesados en el internacionalismo. Además, hubo siempre
viejos cartistas, algunos de los cuales indudablemente se
consideraban a mismos socialistas o comunistas, aunque
habitualmente no emplearan esos nombres. Algunos de ellos
reaparecen en la Federación Democrática en la década de 1880,
por ejemplo, el zapatero Charles Murray; y un número mayor actuó
en las décadas de 1860 y 1870. Robert Hartwell, que dirigió la
Asociación de Trabajadores de Londres (London Working Men’s
Association) en 1866, era un antiguo cartista. También había
owenianos: Lloyd Jones vivió hasta 1886, y actuó en cuestiones
sindicales y cooperativistas casi hasta su muerte. Además, estaban
quienes formaron la sección británica de la Asociación Internacional
de Trabajadores a principios de la década de 1870, como John
Hales. Éste siguió actuando después de la desaparición de la
Internacional y representó al London Commonwealth Club en el
Congreso de Unidad Socialista celebrado en Gante en 1877.
Sin embargo, es verdad que entre fines de la década de 1850 —
cuando Ernest Jones renunció a su intento de continuar el cartismo
como forma de agitación socialista— y el principio de la de 1880 no
hubo en la Gran Bretaña ningún movimiento socialista ni marxista ni
oweniano ni de otro tipo. Los socialistas cristianos actuaron a fines
de la década de 1860 y a principios de la de 1870; pero casi habían
dejado de responder a este nombre, y se unieron al movimiento de
las cooperativas, a las que se esforzaron mucho por convertir, sin
éxito duradero, en cooperativas de producción. Hubo un
renacimiento de esa clase de actividad en las décadas de 1880 y
1890, especialmente bajo el liderazgo de Thomas Blandford (1861-
1899), que fue secretario de la Federación de Cooperativas de
Producción desde 1893; pero Blandford no era considerado
socialista, y el renaciente movimiento nunca usó ese nombre.
George Jacob Holyoake (1817-1906), el veterano partidario del
laicismo y del cooperativismo, era fuertemente contrario al nuevo
socialismo de la década de 1880, aunque siguió siendo un ardiente
defensor de la producción cooperativa. Después de aparecer los
Pioneros de Rochdale, a pesar de los esfuerzos de los socialistas
cristianos, el movimiento cooperativo se constituyó definitivamente
como un movimiento de consumidores y volvió la espalda al
socialismo de Owen. La insistencia en que los consumidores
tuvieran la dirección no impedía necesariamente, por supuesto, que
el movimiento fuera socialista en sus aspiraciones. Pero en realidad
no lo fue: era fuertemente voluntarista, y hostil a la intervención del
Estado. Considerándose “un Estado dentro del Estado”, era
contrario, o más bien la mayoría de sus dirigentes lo eran, a ideas
como la de la nacionalización; y si todavía de palabra elogiaba el
ideal de una “república de cooperativas” que habría de surgir algún
día en un porvenir lejano, en la práctica actuaba dentro de las
condiciones del sistema capitalista, pagando intereses a los
accionistas y “dividendos basados en las compras” como métodos
principales. La conversión casi completa del movimiento
cooperativista a esta concepción de la dirección ejercida por los
consumidores y del voluntarismo como base para ser miembro de
ella se debió, principalmente, al grado en que esos métodos se
adaptaban a las condiciones de la época y permitían al movimiento
extenderse y prosperar; pero algo se debió también a la poderosa
personalidad de John Thomas Whitehead Mitchell (1828-1895), que
fue el jefe casi indiscutible del movimiento cooperativista en la
segunda mitad del siglo XIX. Mitchell creía firme y combativamente
tanto en la dirección de los consumidores como en el voluntarismo,
así como en desarrollar el movimiento cooperativista como un
negocio prudente. Luchó por extender la producción cooperativista
(no la cooperación de los productores) bajo la dirección de las
sociedades federadas de consumidores; y triunfó en toda la línea en
contra de Holyoake y Edward Vansittart Neale, el socialista cristiano
que dedicó su vida al movimiento cooperativista como secretario de
la Unión de Cooperativas. Neale, Holyoake y algunos más —por
ejemplo, Edward Owen Greening (1836-1923), quien vivió lo
suficiente para tomar parte en el movimiento socialista gremial del
siglo siguiente— se mantuvieron fieles a las viejas ideas
cooperativistas, por lo menos en la medida de desear que los
obreros empleados en las fábricas cooperativas disfrutaran de una
cierta autonomía. El doctor Henry Travis (1807-1884), ex secretario
de la comunidad Queenwood de Owen y también su albacea
literario, trató de mantener vivo el socialismo oweniano en sus libros,
The Co-operative System of Society (1871) y English Socialism
(1880), pero no tuvo partidarios. Mitchell dejó de lado a esos
idealistas, y no cabía duda de que contaba con el apoyo de la gran
mayoría de los miembros activos de los comités de las sociedades
cooperativas de consumo locales.
Así pues, el movimiento cooperativista cortó sus relaciones con
el socialismo, en todo caso, hacia la década de 1860, cuando se
fundaron las sociedades de venta al por mayor, y el movimiento de
cooperativas de consumidores continuó su carrera de éxitos como
negocio sólido. El sindicalismo obrero no puede ser caracterizado de
una manera tan fácil, porque era mucho menos uniforme. Pero,
indudablemente, no hubo ningún líder sindical sobresaliente entre
1860 y 1880 que pensara en llamarse a mismo socialista; y eso
se aplica también a los hombres que tomaron parte en la Primera

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR