Anarquistas y anarco-comunistas. Kropotkin

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas360-410
XI. ANARQUISTAS Y ANARCO-COMUNISTAS.
KROPOTKIN
EN LA undécima edición de la Encyclopaedia Britannica, publicada
en 1910, el artículo sobre anarquismo fue escrito por el príncipe
Piotr Kropotkin, que se convirtió, a la muerte de Bakunin, en el jefe
teórico de lo que se llamó anarco-comunismo. Kropotkin hizo una
exposición del anarquismo como doctrina social y de su desarrollo
histórico, y de pasada trató la cuestión de la violencia y su relación
con el movimiento anarquista. Decía que el público en general tenía
la impresión de que la violencia era lo esencial del anarquismo, pero
que eso se hallaba lejos de la verdad. Los actos de violencia
realizados por los anarquistas eran en represalia por la violencia
dirigida contra ellos por los gobiernos que, a su vez, descansaban
en la violencia. “Todos los partidos recurren a la violencia en la
medida en que su actuación abierta es obstaculizada por la
represión, y en que leyes excepcionales los colocan fuera de la ley.”
En esta última frase Kropotkin, por supuesto, alude a las leyes
excepcionales que desde 1878 en adelante fueron establecidas en
Alemania y muchos otros países, no sólo contra los anarquistas,
sino contra cualquier movimiento que pudiera difundir ideas
revolucionarias.
Al artículo de Kropotkin el editor de la Enciclopaedia añadió una
extensa nota. En ésta se informa acerca de la larga serie de
atentados anarquistas que, empezando en 1878, crearon en la
década de 1880 un temor muy difundido entre los gobiernos y la
policía del mundo occidental. “La propaganda por los hechos”, como
llegó a ser llamado el empleo del asesinato como arma política, no
era por supuesto cosa nueva en 1878. Había sido endémico en
Rusia desde que Alejandro II, después de haber iniciado su reinado
como reformador liberando a los siervos, había vuelto a la reacción
y a la represión, proponiéndose, a mediados de la década de 1860,
acabar con los grupos radicales que existían entre los intelectuales
rusos. La larga serie de atentados contra la vida del zar realizados
durante ese periodo había empezado con Karakózov en 1866, y
habían sido acompañados de ataques contra los principales
funcionarios reaccionarios. En 1877 y 1878, a una nueva ola de
represión intensificada se respondió con una serie de actos
terroristas que culminaron en 1881, a pesar de la vuelta a una
política más moderada, con la muerte del zar.
Fuera de Rusia, aunque habían sido frecuentes los actos de
violencia tanto en España como en Italia, los asesinatos políticos de
testas coronadas y de jefes de policía no habían tenido importancia.
Formas nuevas de actuación (nuevas en el occidente de Europa) se
iniciaron a partir de 1878, cuando se intentó casi simultáneamente
matar al káiser alemán Guillermo I, al rey español Alfonso XII y al
rey Humberto de Italia. Dichos atentados permitieron a Bismarck
persuadir al Reichstag para que aprobase la ley antisocialista que le
había estado pidiendo durante varios años, y también dieron
ocasión a la encíclica del papa Quod apostolici muneris, dirigida al
final de ese año contra el anarquismo y el socialismo.
El director de la Encyclopaedia Britannica decía en su nota que
había añadido una información acerca de los atentados anarquistas
al artículo de Kropotkin “por ser conveniente exponer los hechos
bajo el título con que el lector esperaría encontrarlos”, aunque
también decía que “la opinión pública general, que considera las
doctrinas anarquistas sin diferenciarlas, es hasta cierto punto una
confusión de términos”, donde “hasta cierto punto” significa que “los
anarquistas filosóficos rechazarían esa asimilación”.
El número de anarquistas que tuvieron alguna participación en
las actividades que desde 1878 en adelante dieron tan mala fama a
todo el movimiento fue siempre muy pequeño. La mayoría de los
rusos que intentaron matar a un zar o a uno de sus funcionarios
jefes de la represión no eran anarquistas, sino naródniki, es decir,
revolucionarios rebelados contra la opresión zarista y que creían
que se podía llegar a alguna forma de socialismo agrario mediante
un levantamiento de los campesinos. Eran partidarios de Piotr
Lavrov o del exiliado Chernyshevski, más que de Necháyev o de
Bakunin. En Occidente, fuera de España y de Italia, los asesinos,
incluso cuando pertenecían a organizaciones anarquistas, siempre
actuaban solos, o a lo más en un grupo pequeño. Si en España e
Italia tomaban parte de los atentados grupos mayores, eso había
que atribuirlo mucho menos al anarquismo que a tradiciones
antiguas en la historia de los dos países.
El anarquismo, en el sentido que corrientemente vino a darse a
esa palabra en la década de 1880, es decir, el anarquismo como
“propaganda por los hechos”, con el asesinato como procedimiento
principal, nunca fue credo de un gran número de personas. Pero los
anarquistas no homicidas no estaban del todo dispuestos a
separarse de los que sí lo eran. Había una razón para ello: que,
coincidiendo con muchos que no eran anarquistas, consideraban los
asesinatos de Rusia enteramente justificados como represalia por
los sufrimientos impuestos tanto a la masa del pueblo ruso como a
cualquiera que se oponía al sistema de la policía zarista, y era difícil,
para los que defendían el asesinato en un país, oponerse
completamente a él en otros lugares. Una segunda razón: que
muchos anarquistas que nunca habrían recurrido al asesinato se
sentían inclinados a justificarlo teóricamente como medio de
protesta contra todo el sistema autoritario, es decir, a hacer frente a
la fuerza del Estado con el único medio de resistencia que estaba al
alcance de los oprimidos. Ésa fue realmente la actitud de Kropotkin,
aunque en la práctica se oponía enérgicamente a la política de
“propaganda por los hechos” en los países occidentales, porque
probablemente agravaría la represión en lugar de aliviarla.
Desde 1878 la “ola de crímenes anarquistas” continuó creciendo.
Ese año, en Rusia, Vera Zasúlich (1851-1919), prominente después
en el movimiento socialista, disparó contra Fiódor Trépov, el jefe
reaccionario de la policía zarista, y fue absuelta a causa de la
impopularidad de su víctima. Los dos atentados contra la vida de
Guillermo I de Alemania fueron hechos por hombres que tenían
alguna relación con el ala anarquista del socialismo. Emil Heinrich

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