Los comienzos del socialismo en Rusia. Belinski, Herzen y Chernyshevski

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas43-70
II. LOS COMIENZOS DEL SOCIALISMO EN RUSIA.
BELINSKI, HERZEN Y CHERNYSHEVSKI
HASTA mediados del siglo XIX, el socialismo —en todas sus formas—
fue una doctrina casi exclusiva del occidente de Europa. Es verdad
que había sido llevada a través del Atlántico tanto por
norteamericanos que visitaron Europa como por europeos que se
establecieron en los Estados Unidos; pero los norteamericanos no
habían hecho ninguna contribución determinada a ella, a menos que
contemos a J. F. Bray, que vivía en Inglaterra cuando escribió su
conocido libro.4 Hubo partidarios estadunidenses de Robert Owen y
de Fourier, y en 1848 Étienne Cabet se marchó de Francia para
fundar su “Icaria” en Texas. Los Estados Unidos estaban llenos de
organizadores de comunidades, ya fueran religiosas o socialistas,
pero en general actuaban siguiendo ideas importadas y en gran
parte con seres humanos también importados. Después de 1848 la
corriente de emigrantes en busca de un mundo nuevo donde
pudiesen hallar medios de vida y libertad aumentó mucho. Pero el
socialismo no echó raíces profundas en los Estados Unidos; en
realidad, perdió influencia a medida que se debilitaba el anterior
entusiasmo utopista y que el mismo socialismo europeo quedaba
postrado después de su gran derrota.
Sin embargo, fue precisamente durante este periodo de
estancamiento en la Europa occidental cuando el socialismo dio por
primera vez señales de llegar a ser una fuerza en Rusia, no como
movimiento popular, sino como el culto de algunos grupos de
intelectuales. La muerte de Nicolás I en 1855 y la subida al trono de
Alejandro II fueron causa de una atenuación en el régimen
extraordinariamente represivo establecido después de que fue
aplastada la conspiración decembrista de 1825. Hubo un gran
aumento en el número de periódicos, y durante algún tiempo, bajo la
apariencia de una crítica literaria o filosófica, fue posible escribir algo
más abiertamente acerca de cuestiones sociales. También fue más
fácil introducir de contrabando libros y periódicos extranjeros, y el
famoso Kólokol (La Campana) de Aleksandr Herzen, impreso en
ruso en Londres, circuló mucho entre las clases intelectuales de
Rusia; era el primer periódico no censurado en llegar al público ruso.
Por supuesto, Kólokol podía circular sólo clandestinamente, pero
circuló, y en forma amplia, durante los pocos años que precedieron
a una represión —renovada casi con el rigor de antes— que se
desató después de la revuelta polaca y de los intentos de
levantamiento de campesinos de 1863.
Por supuesto, hubo movimientos de pensamiento liberal en
Rusia mucho antes de este periodo. Catalina II había favorecido el
pensamiento basado en las ideas de la Ilustración francesa, hasta
que se asustó, primero por el levantamiento campesino de
Pugachov y después por la Revolución francesa; y había sido
imposible evitar que las ideas difundidas en el extranjero por la
Revolución francesa ejerciesen cierto influjo entre los intelectuales
rusos. Pero este influjo, en sus aspectos político y social, no fue
profundo; y la lucha contra Napoleón, y después la participación de
Alejandro I en la Santa Alianza a partir de 1815, contribuyeron a que
no persistiese. Sobrevivió con más fuerza en el sur de Rusia, donde
su protagonista fue Pável Ivánovich Péstel (1793-1826), inspirador
del grupo más extremista entre los jefes militares y los aristócratas
que tomaron parte en los levantamientos decembristas al subir al
trono Nicolás I. Péstel era partidario de la emancipación de los
siervos y de que se les concediese la mitad de la tierra de Rusia,
quedando en poder del Estado la otra mitad para arrendarla a
agricultores emprendedores y progresistas. Defendía el derecho al
sufragio para todos los varones y el establecimiento de una
república democrática centralizada. Sus ideas eran más avanzadas
que las de los decembristas del norte, dirigidos por Nikita Muraviov,
quienes propugnaban una monarquía constitucional descentralizada
y derechos políticos limitados, o que las del economista Nikolái

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