Las mariposas en la barriga

AutorMaría Elvira García Espinosa de los Monteros
Páginas227-242
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Rosario Patiño y Francisco Gabilondo Soler
Las mariposas en la barriga
CUANDO LE dijo adiós a los medios, Pancho Gabilondo
se dedicó a sus placeres. En ese tiempo, ya poseía la casa
de Tocuila, y allá se quedó a observar el cielo. Al fin, sin
la presión del tiempo, podría mirar por noches y madrugadas la
bóveda celeste con esos telescopios que compró con sus ganancias
en la radio y en la industria del disco. No ahorró dinero. Prefirió
usarlo.
Allá, entre milpas y arroyos, alejado del mundanal ruido, so-
lía tocar el piano de tanto en tanto. Leía y releía los libros que
amaba, buscaba en enciclopedias ciudades que ya no podía ir a
conocer, conversaba en silencio con su pasado y miraba su futuro
con aceptación.
A veces lo visitaban sus nietos, y en otras, salía de su fortaleza.
Debía hacerlo: instituciones educativas y culturales de su estado y
de otros lares querían verlo, platicar con él, hacerle homenajes en
vida; sembrar placas y bustos por distintos rumbos del país.
Cuando su organismo todavía lo ayudaba, solía visitar a
Rosario Patiño, su exesposa. Con el paso de los años, ambos su-
peraron los raspones de la vida matrimonial. En su apartamento
de la Condesa, ella le invitaba su bebida preferida, el whisky, y
conversaban sabroso por largas horas; recordaban los años idos,
rescataban recuerdos de la infancia de los hijos; sonreían ante las
bromas de los nietos y los bisnietos. Por la tarde, después de co-
mer, Pancho Gabilondo retornaba a Tocuila. Un día ya no estuvo
más. Su piano quedó en silencio. El Grillo escapó a buscar un
nuevo rincón.
Para cerrar esta obra, reservé la última parte de la entrevis-
ta que sostuve con él. Mi libro permaneció guardado por años,
pero nunca lo olvidé. Tres décadas después, lo volví a abrir con la
misma emoción de mi primer encuentro personal con Francisco
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De lunas garapiñadas
Gabilondo Soler, ese ser humano que admiré y quise conocer des-
de niña, mientras lo escuchaba por la radio, al lado de mi madre
y mi ejército de hermanos.
Cuando lo tuve frente a mí lo admiré otro tanto. No de ma-
nera ciega como fanática, sino con serenidad y orgullo, porque al
conversar con él descubrí muchos de sus valores como persona
y, sobre todo, como músico, letrista y cuentista. La virtud más
relevante que hallé en él como ser humano fue que quiso seguir
aprendiendo hasta el último día de su vida. Y que, incluso siendo
un anciano, también era un niño. Gracias.
—¿Cuándo nace en usted la pasión por la astronomía?
Nace con Pancho Gabilondo; era yo muy chamaco y me
acuerdo que andaba con unos gemelos de teatro que eran de mi
papá. Según yo, estaba viendo la luna y las estrellas; además, sin
saber realmente qué era lo que veía. Estaba yo muy niño, la prue-
ba es que no me acuerdo cuándo exactamente fue y cuántos años
tenía yo. Luego, como a los once de edad, un compañerito me re-
galó un libro; creo que el autor se llamaba: Flammarion
15
. Estaba
en español, y era así de chiquito; tenía en la portada el planeta
Tierra y sobre él un hombre desnudo, sentado, mirando hacia
arriba, viendo el firmamento... ¡Uy, pues que me vuelo con esa
imagen y con el libro!, y de ahí voy a recabar datos, a hacerme
aparatos dizque muy buenos.
—¿En verdad usted mismo los hacía?
Pues sí, ¡no te digo que no eran tiempos de comprar! Más
tarde, ya en 1930, ganaba yo dinero —no mucho— pero me
15 Nicolas Camille Flammarion. Astrónomo. Nació el 26 febrero de 1842 en Montigny-le Roi,
Francia, y murió el 3 de junio de 1925 en Juvisy-sur-Orge.

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