Don José y don Luis, amigos de Cri-Cri

AutorMaría Elvira García Espinosa de los Monteros
Páginas149-164
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Don José y don Luis,
amigos de Cri-Cri
PERO ESAS zancadas empezaron con un primer pequeño
paso, el que se dio hace ya muchos ayeres. Porque la radio-
difusión en el mundo es una anciana poco más que cente-
naria. Todo lo que hoy podemos escuchar a través de un sencillo
aparato radiotransmisor o ahora por el celular o la computadora,
vía Internet, nació un día como resultado del interés científico y
la curiosidad de Guillermo Marconi, quien desarrolló la telegrafía
sin hilos; más tarde, jugaron un papel fundamental los hallazgos
del británico James Clerk Maxwell y del alemán Heinrich Hertz,
en el descubrimiento de las ondas electromagnéticas bautizadas
con su apellido.
Muchos otros ingenieros contribuyeron a hacer que la comu-
nicación por radio fuese posible y siga vigente, con los cambios
debidos a los avances tecnológicos que ocurrieron entre mediados
del siglo XX y lo que llevamos del XXI.
No me detendré en ellos, aunque sé que lo merecen, pero sí
en dos personajes de México que pusieron su grano de arena para
echar a andar y enriquecer la comunicación radiofónica. Además,
y por si esto no fuese ya suficiente, los elegí por el hecho de que
conocieron y trabaron amistad con Francisco Gabilondo Soler y,
al lado de él y cada uno en su ámbito, sentaron las bases de un
modelo de radiodifusión comercial mexicana en la XEW.
El primer personaje fue José de la Herrán Pau
10
, quien llegó a
México en 1922, proveniente de Estados Unidos, donde hizo sus
estudios y sus primeras incursiones en la ingeniería del sonido.
Llegó acá cuando la radiodifusión en nuestro país apenas daba
sus balbuceantes pasos. Ese muchacho originario de Barcelona,
10 José de la Herrán Pau. Nació en 1899 y falleció el 6 de agosto de 1991.
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De lunas garapiñadas
España, desembarcó en nuestro país equipado con cajas que con-
tenían aparatos, bulbos, cables y alambres extraños. José de la
Herrán Pau se instaló en el barrio de la Santa María la Rivera.
Ahí comenzó a adquirir cierta popularidad entre los vecinos, todo
porque construía algo con lo que podían escucharse transmisio-
nes provenientes de miles de kilómetros a la distancia.
La fama de José de la Herrán Pau llegó hasta los oídos del
Estado Mayor Mexicano, por medio del cual nació la rudimenta-
ria y casera JH, el 19 de marzo de 1923. Lo que se logró escuchar
por esa estación fue un concierto interpretado por la Banda del
Estado Mayor de la Secretaría de Guerra y Marina.
La historia completa de este acontecimiento me la contó, paso
a paso, el propio don José de la Herrán Pau, ese catalán que se
enamoró de México, que se naturalizó mexicano y fue determi-
nante en los primeros años de la historia de la radiodifusión y la
telefonía en nuestro país. La puesta en marcha de la señal de la
XEW fue obra completa del talento de este ingeniero.
Yo quise conocerlo. Lo busqué y encontré un mediodía en que
nos citamos en un restaurante de comida española que frecuenta-
ban muchos ancianos como él, en las calles del centro de la ciu-
dad. Comimos una exquisita paella mientras conversábamos. Ya
los años se le habían venido encima a don José, pero respetaban
su prodigiosa memoria.
Luego de que puso en marcha su emisora casera JH —las inicia-
les de su nombre—, el ingeniero se volvió a encontrar con Emilio
Azcárraga Vidaurreta, a quien había conocido en Estados Unidos.
Éste lo buscó para que instalara el equipo que hiciera sonar la XEW.
—¿Cómo y quiénes instalaron la XEW?
—La instalación y la echada a andar casi correspondió con la
Ley Calles, época en la que México se salió del patrón oro. Esto
provocó un gran trastorno de carácter financiero: quebraron to-
das las agencias RCA Victor que vendían transmisores en nuestro
país. Pero, claro, habían comprado a precio de oro y sólo podían

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