Adiós, maestro

AutorMaría Elvira García Espinosa de los Monteros
Páginas213-226
213
Adiós, maestro
DESPUÉS DE desayunar, Francisco Gabilondo Soler se
sentó a reposar en su sillón preferido. Cerró los ojos
para descansar. Y se durmió para siempre. El inventor
de Cri-Cri falleció el 14 de diciembre de 1990, a los 83 años de
edad, en aquella casa en la que había una fuente con chorrito.
Un silencio permeó y creció en ese hogar, salió por las calles
de Tocuila, corrió por el país entero y viajó por buena parte del
mundo de habla hispana. Los cri-crífilos caímos en la orfandad
musical, irremediablemente.
Al día siguiente era sábado 15 de diciembre. Los periódicos
insertaron la noticia del fallecimiento de Francisco Gabilondo
Soler en sus primeras planas; algunas fotografías mostraron di-
versas etapas del compositor; otras caricaturas lo dibujaban con
alas, resplandor en el rostro y corona de ángel, o aureola de san-
to. Suspendido en el espacio, se encaminaba hacia el cielo y las
estrellas.
Algunos músicos confesaron conmovidos su añeja adicción a
Cri-Cri y escribieron emocionados textos en los periódicos. En
el diario La Jornada, el bajista y compositor Armando Vega Gil,
quien formó parte del grupo de rock Botellita de Jerez, revivía un
encuentro que él y sus colegas del grupo tuvieron con Gabilondo
Soler durante un viaje en tren.
En el bar de ese ferrocarril se toparon con él, quien bebía
cerveza y los invitó a acompañarlo. Mecido por el ritmo de la
máquina sobre los rieles, les contó muchos de sus viajes, de sus
andanzas por París y otras ciudades. Retomo el siguiente pasaje
del texto de Vega Gil:
Cuando nos despedimos, Gabilondo Soler me estrechó la mano
—quiero creer que también me abrazó— y dijo con sus ojos siempre

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