La Segunda Internacional. Primeros años

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas17-57
I. LA SEGUNDA INTERNACIONAL. PRIMEROS
AÑOS
HACIA el final de la década de 1880 existían en varios países
europeos, al menos en embrión, partidos socialdemócratas que en
gran parte habían tomado por modelo el de Alemania, y parecía que
había llegado para ellos el momento de unir sus fuerzas en una
nueva internacional. Después de la división que se produjo en el
Congreso de La Haya de 1872, lo que en Europa quedó de la
Primera Internacional había pasado a manos de los federalistas,
quienes rechazaron la dirección autoritaria de Marx. Pero, como
hemos visto, la Internacional federalista (llamada con frecuencia
“anarquista”) desapareció gradualmente durante el decenio de 1870.
Había celebrado su último congreso en Verviers, Bélgica, en 1877,
inmediatamente antes del Congreso de Unidad Socialista de Gante
del mismo año, convocado con el propósito de restablecer una
internacional muy amplia. En Gante se había reanudado la
acostumbrada batalla entre anarquistas y defensores de la acción
política. Los anarquistas puros habían sido derrotados en las
votaciones y se había decidido establecer en Verviers una Oficina
Internacional de Correspondencia y Estadística abierta a
organizaciones de todos los matices de opinión. Pero tal organismo
nunca llegó a existir. Ante las irreconciliables diferencias de actitud
puestas de manifiesto durante el congreso, la mayoría favorable a la
acción política convocó —sólo para ella, sin los anarquistas— a una
reunión y estableció una comisión federal con instrucciones para a
su vez convocar a otro congreso. El acuerdo para hacerlo y para
romper con el grupo anarquista fue firmado, entre otros, por César
De Paepe, quien había sido figura prominente en la Internacional
federalista, y también por Wilhelm Liebknecht, quien representaba al
partido alemán. Otros firmantes fueron Herman Greulich, líder
socialdemócrata de Zúrich; Louis Bertrand y otros belgas; T.
Zanardelli, de Milán, que se había separado de sus compañeros
italianos; Leo Frankel, de Hungría; André Bert, de Francia, y los
delegados ingleses, John Hales y Maltman Barry.
Estos hechos anunciaban el nacimiento de la Segunda
Internacional. Pero, aunque la comisión de Gante consiguió que se
celebrara otro congreso internacional en Coira, Suiza, en 1881, la
cosa terminó ahí. Liebknecht y Louis Bertrand fueron a Coira como
representantes del partido alemán y del belga, respectivamente;
también acudieron representantes del Partido Obrero Francés
(Benoît Malon y Jules Joffrin, ex communards los dos) y del Partido
Socialista Laborista estadunidense (P. J. McGuire, secretario de la
Hermandad de Carpinteros). Pero, en su mayoría, el congreso
estaba integrado por delegados de la Suiza alemana, incluyendo al
fiel veterano J. P. Becker, de Ginebra. Pável Axelrod, de Rusia,
asistió como delegado fraternal, y hubo algunos polacos en
representación de grupos de exiliados. No acudió nadie de la Gran
Bretaña ni de Holanda, España e Italia. Los anarquistas, a quienes
no se invitó, estaban ocupados con su propio Congreso de Londres,
en el cual se propuso la formación de una internacional
declaradamente anarquista.
El Congreso de Coira, aunque sus debates abarcaron muchos
asuntos, llegó a la conclusión de que aún no había llegado el
momento de establecer una internacional socialista. En ninguna
parte, excepto en Alemania, existía ya un partido socialista bien
constituido, aunque Bélgica ya estaba en camino de tener uno.
Alemania, con sus leyes antisocialistas en vigor, no podía ponerse a
la cabeza de la acción internacional. En Francia, el Partido Obrero
de Jules Guesde estaba en proceso de formación. El Congreso de
Gante, en uno de sus pocos momentos de acuerdo, había decidido
que debía formarse una internacional de sindicatos obreros y que
había de convocarse con tal objeto a un congreso internacional de
sindicatos, pero nadie se encargó de hacerlo. Ni era eso lo que los
alemanes querían, porque hubiese sido imposible prescindir de los
anarquistas de los sindicatos moderados que rechazaban la idea de
una acción obrera política e independiente. Así pues, el Congreso
de Coira no tuvo sucesores, y la idea de una internacional socialista
nueva, aunque nunca abandonada, fue pospuesta para un futuro
indeterminado.
Sin embargo, el intento de restaurar la Internacional se renovó
pronto, tomando la iniciativa los franceses. El movimiento obrero
francés se recuperaba rápidamente en los comienzos de la década
de 1880, pero estaba dividido en varios grupos rivales. Hacia 1882
el Partido Obrero de Guesde se hallaba completamente establecido
e iba adquiriendo una influencia considerable sobre el movimiento
sindical. Pero contra Guesde y sus marxistas se organizaron los
posibilistas, dirigidos por Paul Brousse, quienes formaron el Partido
Obrero Socialista Revolucionario en 1882, que tenía un número
considerable de partidarios en los sindicatos. En 1883 los
posibilistas hicieron su primera tentativa de convocar en París a un
Congreso Internacional Obrero. Éste, como la mayoría de los
congresos obreros franceses reunidos durante ese decenio, era una
mezcla de organizaciones tanto obreras como políticas
representativas de tendencias diferentes. Su importancia estribaba,
no en que realizase algo, sino meramente en el hecho de haber sido
convocado respondiendo a la idea de que los movimientos obreros
de diferentes países que iban en aumento debían coordinar sus
demandas de mejoras en las condiciones de trabajo, y
especialmente para abreviar la semana laboral. Este objetivo fue
formulado mucho más claramente en un segundo congreso
internacional, convocado por los mismos elementos, que se reunió
en París en 1886. Para entonces el punto principal era la acción
simultánea —en todos los países donde fuera posible— a fin de
conseguir la jornada de ocho horas. La agitación en favor de las
ocho horas ya había estado en marcha durante bastante tiempo en
los Estados Unidos. En Australia los obreros especializados de
Melbourne, aprovechando la falta de brazos que siguió a los
descubrimientos de yacimientos de oro, en 1856 habían conseguido
la jornada de ocho horas amenazando con una huelga general, y
esa concesión no tardó en extenderse a otros estados, aunque por

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