Alemania. La controversia revisionista

AutorGeorge Douglas Howard Cole
Cargo del AutorTeórico político inglés y un socialista crítico
Páginas303-355
V. ALEMANIA. LA CONTROVERSIA REVISIONISTA
AL SER derogadas las leyes antisocialistas y caer Bismarck del
poder terminó una época de la historia del socialismo alemán y
empezó otra. Durante doce años el Partido Socialdemócrata había
sido perseguido: sus periódicos habían sido suspendidos, su
organización prohibida y sus jefes acosados por la policía. Si
Bismarck hubiera podido hacer todo lo que quería, al partido le
habría sido imposible presentar candidatos para el Reichstag o para
los Landtags de los diferentes Estados alemanes; pero el Reichstag
mismo se había negado a intervenir en la libertad de sus propias
elecciones, y en algunos de los Estados se conservaba una
considerable libertad parlamentaria. El partido, aunque duramente
perseguido, fue capaz de luchar en las elecciones y de hacer
propaganda electoral, y sus diputados, cuando eran elegidos,
podían hablar libremente en el Reichstag o en los Landtags de los
Estados, e incluso podían hablar a sus electores siempre que se
cuidaran de dar motivo para que interviniera la policía. Las
reuniones del partido, de cualquier magnitud, sólo podían celebrarse
fuera del país, en Suiza; y Suiza proporcionaba también un lugar
para que el partido editara su publicación, The Social Democrat, que
era introducida de contrabando en Alemania en gran escala.
Al principio, el número de votos socialistas disminuyó. En las
elecciones para el Reichstag de 1877 había llegado a 493 000 y en
1881 se redujo a 312 000. Pero después aumentó rápidamente: a
550 000 en 1884 y a 763 000 en 1887. En 1890 los
socialdemócratas celebraron su nueva libertad con una votación de
1 427 000, cerca de 20% del total. Lograron ocupar 35 puestos en el
Parlamento, contra sólo nueve en 1878 y 24 en 1884. En 1887
habían quedado reducidos a 11 por haberse unido contra ellos los
partidos antisocialistas; pero incluso entonces el número total de
votos había aumentado tanto de manera absoluta como
proporcionalmente.
La socialdemocracia alemana había conseguido ser muy
admirada en el extranjero por su notable éxito en hacer frente a la
persecución. De hecho, fue durante el periodo en que el partido
estuvo proscrito cuando fue teniendo imitadores en distintas
naciones y parecía trazar el camino al socialismo casi en todas
partes de Europa, si no es que en todo el mundo. Las condiciones
de su existencia necesariamente afectaban su actuación. La jefatura
oficial tuvo que ser ejercida por sus representantes parlamentarios,
que eran los únicos que podían hablar o actuar con toda libertad. La
organización del partido mismo tenía que ser clandestina y era
imposible establecer un sistema de secciones que pertenecieran a
un organismo central. Así se inició el arreglo de elegir “hombres de
confianza” para estar en contacto con los miembros en pequeños
grupos, un sistema que fue mantenido hasta después de 1890 y
llegó a ser un elemento importante en la estructura básica del
partido. Las circunstancias exigían un alto grado de control
centralizado y de liderazgo cupular. Era imposible reunir una
asamblea completamente representativa del partido, y por tal causa
el programa que éste había adoptado en Gotha en 1875 permaneció
sin alteraciones. Las declaraciones del partido eran hechas en el
momento de las elecciones por los principales candidatos, y entre
elección y elección por los representantes en el Reichstag o en los
Landtags de los Estados. Wilhelm Liebknecht y August Bebel eran
los principales oradores del partido, mientras que Eduard Bernstein
y Karl Kautsky comenzaban a ser conocidos como sus teóricos. Los
cuatro eran ardientes marxistas: Bernstein era amigo íntimo de
Engels y sus desviaciones revisionistas ni siquiera se sospechaban
todavía. Él y Kautsky colaboraron estrechamente en exponer la
nueva política del partido después del Congreso de Erfurt de 1891.
Cuando terminó el periodo de represión, el partido se dio prisa
tanto para reforzar su organización como para redactar un nuevo
programa. Casi al mismo tiempo, los sindicatos —que habían sido
casi destruidos después de 1878 pero a los que se permitió
rehacerse, bajo severas restricciones, durante los últimos años de la
década de 1880— emprendieron la formación de una nueva
organización central propia, en tanto que un nuevo movimiento
cooperativo, basado en los principios de Rochdale, empezó a
desarrollarse entre los obreros industriales. A estos dos
movimientos les interesaba conseguir libertad para desarrollarse,
lograr el reconocimiento legal y ejercer presión en favor de reformas
económicas inmediatas. Los socialistas, si habían de conservar a
sus miembros de la clase obrera y alimentar su influjo en ella, tenían
que ponerse de acuerdo tanto con los sindicatos como con las
cooperativas y adoptar una actitud constructiva en relación con las
reformas que deseaban los miembros de dichas organizaciones.
Esto planteaba un problema no pequeño a los líderes socialistas.
Mientras su partido estuvo proscrito, era natural que emplearan al
Reichstag como tribuna para la propaganda socialista. No se podía
pensar en que pudiesen influir en la política del gobierno: su misión
había sido luchar contra ella en toda ocasión posible; pero después
de la salida de Bismarck y con un nuevo y joven emperador —
Guillermo II, que esgrimía ideas de reformas sociales avanzadas—,
con libertad para organizarse y con grandes esperanzas
despertadas por sus éxitos electorales, tenían que considerar de
nuevo su actitud y decidir hasta qué punto seguían siendo un partido
revolucionario. Durante los años en que estuvo proscrito no
pudieron hacer nada más, pero ahora, ¿hasta qué punto variarían
las cosas al volver a la legalidad?
Esta pregunta no era fácil de contestar, y casi desde el principio
recibió varias respuestas porque la situación difería
considerablemente en partes distintas de Alemania. Para el
Reichstag había —y lo había habido siempre desde que fue creado
en 1867— derecho al voto para todos los varones. Sin embargo, no
existía ninguna clase de gobierno democrático responsable. El
Reichstag no intervenía en el Poder Ejecutivo ni participaba de él.
En lo ejecutivo gobernaba el emperador directamente o a través de
su canciller, y el Bundesrat federal, dominado por Prusia, estaba
más cercano a los resortes del poder que la cámara elegida por el
pueblo. Además, en Prusia misma, que era con mucho el Estado

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