Ramón y Martha: Una pareja común

AutorEnoé Margarita Uranga Muñoz
Páginas153-172
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Retratos de familias
una pareja común
¿Toda vida merece ser contada? La respuesta radica
en el valor que se le dé y lo que estemos dispuestos a
tomar como ejemplo de amor en el mar de posibilidades
en que éste se mueve. La aceptación, la valentía y el
respeto cumplen un papel fundamental en la historia
de la familia Hernández Chávez. Historia que nos
muestra que todo es posible cuando el amor sostiene a
una familia.
Ramón y Martha
Hace ya 38 años que Ramón y Martha iniciaron una vida en común,
sentados uno al lado del otro, sus miradas y palabras evidencian
la complicidad, el cariño, el camino andado. Toda la energía de la
convivencia cotidiana asentada en la serenidad.
Luego de largas batallas para tener un bebé, llegaron a sus vi-
das Juan Ramón y, más tarde, Ana Martha, sus dos únicos hijos. Su
historia engrosa las estadísticas de la llamada “normalidad” fami-
liar en el México de los años setenta, distante de la realidad actual,
donde 58 por ciento de los padres no viven con sus hijos e hijas.
La construcción de la cotidianeidad como nueva pareja es-
tuvo marcada bajo la protección y el techo paternos, primero de
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él, luego de ella. Su independencia llegó de la mano de un depar-
tamento del Infonavit en San Juan de Aragón, donde el sismo de
1985 los expulsó con los dos pequeños para ir a vivir al Estado de
México.
La escuela, las tareas, los festivales infantiles y el desarrollo
de sus habilidades fueron completamente cubiertos por una pareja
“tradicional” que se consagró a la estimulación, el amor y el acom-
pañamiento nutricional. Los recuerdos de la infancia, los detalles
de los primeros pasos, los pininos artísticos y las anécdotas, conta-
das una y otra vez –hasta la actualidad– en las fiestas familiares.
Juan Ramón y Ana Martha no tuvieron un padre muy distinto
a la mayoría. A la distancia, el padre de los dos pequeños narra su
experiencia, con la reflexión de que la educación tradicional que
recibió en casa lo alejó de expresar abierta y libremente el amor ha-
cia su familia, además del trabajo que en ese entonces lo mantenía
la mayor parte del tiempo en Querétaro, por lo que su relación se
centró en los fines de semana.
La descripción de la relación entre Juan Ramón y su mamá,
por tanto, tuvo una lectura particular para Ramón, como padre.
Reconoce que entre ellos veía a un equipo donde prevalecía la em-
patía. “No una relación simbiótica, sino un mutuo lenguaje. A ve-
ces sin hablar se decían mucho”.
La mirada masculina del mundo de su hijo Juan Ramón está
llena de orgullo. Es ese tipo de amor que se construye con el tiem-
po, a golpe de dolor, de distancia, de reflexión, de valentía y de
aprendizaje, y que inevitablemente se enriquece con el paso de los
años.
“Percibí que desde pequeño iba construyendo su mundo, un
mundo aparte. No se juntaba con sus primos, le gustaban las
labores minuciosas. Empezó a pintar de manera autodidacta,

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