Pedro: No quiero que mis hijos vivan lo que viví

AutorRuth América Sánchez Ríos/Miguel Ángel Dorado
Páginas273-293
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Retratos de familias
No quiero que mis hijos vivan lo que viví
Pedro Ramírez es un sociólogo de la Universidad Na-
cional, es también un padre ejemplar y una pareja com-
prensiva. Sus actividades han sido muchas: desde muy
joven comenzó a laborar, así que no sólo se dedica a
enseñar el amor por los libros como profesor, también
en alguna etapa de su vida le tocó cargarlos para que
alguien más los catalogara. Su experiencia es amplia y
su vida ha tenido tantos logros como reveses.
Ahora, ya establecido como un profesor a nivel pre-
paratoria, Pedro ha buscado derribar los viejos prejui-
cios que sobre los docentes se tienen. Su interés es mos-
trar que educar es liberar y que los profesores no son los
viejos represores que todo el mundo piensa. Para él la
educación sí fue el motor que lo impulsó a mejorar, por
eso a sus hijos les quiere enseñar todas las tonalidades
del mundo, para que ellos conozcan y se hagan de un
criterio propio, uno que les permita ver las cosas que
parecen ocultas.
En su faceta de esposo, ha basado su relación en
el respeto y el cariño. Las diferencias, como en toda
relación, existen, pero él intenta salvarlas de la mejor
manera que conoce: escuchando y llegando a acuerdos.
Ruth América Sánchez Ríos
Miguel Ángel Dorado
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La familia –dice Pedro– es algo perene, no es algo
como la amistad que es posible que desaparezca, por
eso hay que apostarle todo. Para él, lo más importan-
te en ala vida es que sus hijos no vivan lo que él vivió:
la ausencia de la madre y el recuerdo de un padre que
no pudo estar con ellos. Así Pedro está dedicado a
romper prejuicios, a educar a sus hijos y a asegurarse
que ninguno de ellos atraviese por las penurias que él
tuvo que vivir.
Pedro
Pedro Ramírez tiene 36 años, es un hombre casado y padre de dos
hermosos hijos. Su madre es originaria del pueblo de San Juan Tli-
huaca, el barrio más grande de la delegación Azcapotzalco, una de
las 16 que componen el Distrito Federal, donde nacieron él y sus
cuatro hermanos: Julián de 41 años, casado y con tres hijos; Diego
de 39 y separado desde hace tres años, con dos hijos a los que ve
con frecuencia; Alicia 34 años y Luis de 29 años que aún está solte-
ro. Todos vivieron su infancia en un gran terreno compartido con
la familia materna, pero con el año 1993, llegó también un proyecto
de escrituración lanzado por el Gobierno del Distrito Federal, y la
convivencia, como la casa, se dividieron.
Poco a poco, la familia se separó no sólo por las altas bardas
que pusieron para indicar la pertenencia de los terrenos. También
por las inclinaciones personales: los miembros de la familia descu-
brieron otros intereses, otras formas de convivir y decidieron sepa-
rarse, cortar la constante convivencia, alejarse los unos de los otros.
Su padre no era de Azcapotzalco, era del municipio de Pil-
caya, en Guerrero, muy cerca de Ixtapan de la Sal, se dedicaba a
vender huevos de pueblo en pueblo, hasta que un día su negocio

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