Parlamentos y representación

AutorGianfranco Pasquino
Páginas196-225
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VII. PARLAMENTOS Y REPRESENTACIÓN
El lugar privilegiado por los partidos para garantizar la representación a los elegidos, ad-
quirir visibilidad para sus políticas y obtener cargos para sus exponentes es sin duda el
parlamento. En esta sede los partidos tienen la posibilidad de continuar su actividad para
in uir sobre las elecciones políticas, para informar a los electores que los votaron y los
grupos que los sostuvieron, para alcanzar a otros electores. Desde muchos puntos de
vista, es también gracias a que es espacio de confrontación entre partidos que el parla-
mento, cualquier parlamento, ocupa un papel central en el sistema político, en cualquier
sistema político. Naturalmente, hay diferencias, en términos de cantidad y de calidad, en
la centralidad de los parlamentos. En este capítulo trataremos de aclarar cómo y en qué
medida los parlamentos son y pueden ser centrales y, de cualquier forma, qué tareas
esenciales llevan a cabo en los sistemas políticos democráticos contemporáneos y qué
problemas de transformación deben enfrentar.
CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS
El objeto de estudio serán esencialmente los parlamentos en los regímenes
democráticos. Descuidar los parlamentos en los regímenes no democráticos
no es una gran limitación. En efecto, los mismos constituyen organismos
sustancialmente carentes de autonomía y de in uencia política. Es más, a
veces no existen en lo absoluto, ya que por lo general la primera acción de
relevancia de los regímenes no democráticos, en particular si nacen del
derro camiento de un régimen democrático previo, consiste de hecho en su-
primir los parlamentos. Una vez elegido e incluso si es nombrado exclusiva-
mente, por ejemplo, por el partido único, cualquier parlamento se vuelve
una sede en la que es probable que nazca o persista una forma cualquiera de
disenso o de oposición que de esta manera tendría una tribuna con alguna
posibilidad de ser escuchada (para algunas sucintas indicaciones, Dahl,
1973). Con variaciones, ha sido y es el caso de los parlamentos de los regíme-
nes comunistas, lugares de representación de la nomenklatura de diverso gé-
nero. Cuando sobreviven, los parlamentos en los regímenes no democráticos
son organismos domesticados, cajas de resonancia del ejecutivo y eventual-
mente del partido único, lugares en los que se ofrece una representación  c-
ticia y circunscrita —raras veces electiva y de cualquier forma, en esencia,
manipulada— a algunos grupos preseleccionados.
Los parlamentos de los regímenes democráticos revisten un interés muy
diferente y desarrollan otro papel. En efecto, históricamente los parlamentos
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surgen cuando se presenta el problema de limitar y de controlar el poder del
ejecutivo y de su jefe, generalmente el rey. Nacen, pues, y permanecen por al-
gún tiempo, como el organismo que colabora con el rey, pero que tam-
bién le pone un freno a sus poderes, en particular a los de cobrar im-
puestos y de gastar, porque el parlamento representa inicialmente los
intereses de quienes —los nobles— terminarían por pagar una parte conside-
rable de los gastos del rey y de los impuestos que él  ja, o bien deberían exi-
girlos en trabajo a sus súbditos. A partir de la relación de colaboración y
control con el ejecutivo es fácil entender cuán importante ha sido la tarea de
los parlamentos en la construcción de regímenes democráticos. Más arduo
se presenta un examen de su evolución, por la multiplicidad de los parla-
mentos actualmente existentes, por la variedad de sus tareas, por la diversi-
dad de los mismos sistemas políticos en donde se colocan y, también, por al-
gunas confusiones analíticas e interpretativas perpetuadas por los políticos e
incluso por los estudiosos.
No es el caso de detenerse en eventuales diferencias conceptuales ligadas
a la terminología, por lo que los parlamentos en sentido estricto serían luga-
res donde se habla, es decir de diálogo, de debate, de discusión y de dialécti-
ca entre representantes electos, los dirigentes de partidos, el gobierno y la
oposición, mientras que las asambleas legislativas serían precisamente luga-
res donde se procede a la elaboración, a la redacción y a la aprobación de
leyes. En la realidad los dos términos, parlamento y asamblea legislativa, son
intercambiables, y ambas actividades, debate y legislación, van casi de la
mano. Si acaso, lo que crea problemas, queriendo mantener alguna unifor-
midad expositiva con el capítulo siguiente sobre los gobiernos, es la posibili-
dad de formular un análisis estructural de los parlamentos (término más ge-
neral que, precisamente por eso, de ahora en adelante será empleado de
preferencia al de asambleas legislativas).
Naturalmente, esperamos que en los regímenes democráticos el rasgo
estructural dominante de los parlamentos sea su carácter electivo. Cualquie-
ra que sea la actividad que estén destinados a desarrollar, los parlamentos
democráticos son, antes que nada y sobre todo, asambleas electivas
capaces de reivindicar y ejercer la representación política de una
sociedad, de sus intereses, de sus preferencias. Si bien es cierto que en los
regímenes democráticos existe siempre una cámara electiva, lo es también
que pueden acompañarse de otras cámaras, hereditarias y por designación
real (como la Cámara de los Lores en Gran Bretaña), o bien de nombramien-
to por parte del ejecutivo (como el Senado de Canadá), o bien de elección
muy indirecta (como el Bundesrat alemán, cuyos componentes son nombra-
dos, nótese, por las mayorías de gobierno de cada Land) y como el Senado
francés (cuyos componentes son elegidos por representantes de entidades
administrativas locales), o bien compuestas, como el Senado en Italia, donde
al lado de senadores elegidos se sientan senadores vitalicios, en parte por
Asambleas electivas
El origen de los
parlamentos

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