Elecciones y sistemas electorales

AutorGianfranco Pasquino
Páginas132-165
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V. ELECCIONES Y SISTEMAS ELECTORALES
El voto de los ciudadanos y los mecanismos, es decir, los sistemas electorales con los que
ese voto se traduce en escaños en las asambleas y en cargos en los gobiernos, constitu-
yen argumentos justamente centrales del estudio de la política. La ciencia política, tanto
en su versión, por así llamarla, pura, en términos de análisis objetivo de acciones y conse-
cuencias, como en su versión aplicada, con referencia a qué se puede y se debe cambiar
para alcanzar objetivos predeterminados, ha dado lo mejor de sí en este sector y en el
estrechamente relacionado de los parlamentos y de los gobiernos, que veremos des-
pués. En este capítulo analizaremos las modalidades de voto, los tipos de sistemas elec-
torales y sus consecuencias en los sistemas partidistas.
ELECCIONES LIBRES Y COMPETITIVAS
El voto es el acto más frecuente y —como ya se a rmó, a menudo el único—
de participación política de la mayoría de los ciudadanos en la mayor parte
de los regímenes políticos. Elecciones libres, competitivas, realizadas en tér-
minos prestablecidos, previstas constitucionalmente, con posibilidad de par-
ticipación de toda la ciudadanía y con criterios de exclusión limitados sólo a
la edad, construyen, mantienen, sostienen, hacen funcionar y caracterizan a
todos los regímenes democráticos. Si no se vota libremente no hay democra-
cia. Desde luego, esto no implica que donde se vote haya democracia. En
efecto, pueden desarrollarse elecciones no libres, no competitivas, con limi-
tadas oportunidades de participación, caracterizadas por desmedidos favo-
ritismos en la campaña electoral, organizadas con objetivos de control re-
presivo en la oposición y de supuesta legitimación nacional e internacional,
con resultados en última instancia manipulados, como clásico homenaje
que el vicio (los regímenes no democráticos) ofrece a la virtud (la libre com-
petencia democrática).
Independientemente de los sistemas electorales utilizados, las eleccio-
nes no libres y no competitivas no carecen en absoluto de interés político y
politológico. Pero pertenecen a otro campo analítico: el de los instrumentos
disponibles y utilizados por los regímenes no democráticos para a rmar,
ejercer y preservar su poder, por ejemplo haciendo emerger durante la
campa ña electoral a los opositores para luego reprimirlos mejor, y obligando
a los electores a acudir a las urnas para legitimar a nivel internacional —por
cierto, desde hace algún tiempo, gracias a la presencia de observadores elec-
torales, de manera cada vez más difícil e improbable— sus gobiernos autori-
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tarios (Hermet, Ruquié y Linz, 1978). Este capítulo se ocupará exclusiva-
mente de las elecciones en los regímenes democráticos y, de modo especial,
de los efectos de los sistemas electorales empleados tanto en la formación de
la opción de voto por parte de los electores como en la formación de partidos
y sistemas de partidos.
Todo lo que concierne a la de nición de elecciones libres, competitivas,
realizadas en términos prestablecidos (incluso las que siguen a las crisis de
gobierno y las disoluciones anticipadas de los parlamentos), signi -
cativas (en el sentido de que de nen realmente la cantidad de repre-
sentación y de gobierno conquistada por candidatos y partidos), se
con gura como uno de los aspectos fundamentales, tal vez el princi-
pal, de la democraticidad de un régimen político. De la misma forma, con-
ciernen también a la democraticidad del régimen todos aquellos elementos
que se re eren a los derechos de los ciudadanos en términos de libertad de
expresión y de organización, de representación y, por último, de acceso al
poder ejecutivo, e cazmente explorados e iluminados por Stein Rokkan
(1970).
Nadie querrá ya discutir que el voto “democrático” debe ser universal
(es decir, extendido a todos), libre (es decir, exento de restricciones), igual
(es decir, tal que cada voto cuente como cualquier otro), directo (es decir,
dirigido sin intermediación a la elección de candidatos o la atribución de
escaños a partidos), secreto (es decir, expresado al reparo de la vista y
de las sanciones de otros —véase la inteligente discusión de Torrens, 1996:
345-350)—, en particular de los detentadores del poder político, económi-
co, social, religioso) y signi cativo (es decir, que tiene efectos en la distribu-
ción del poder político, en términos de cargos y de escaños). Sin embargo,
y no sólo en los regímenes aún involucrados en los procesos de transición
de la democracia, la actuación práctica de estos criterios sigue siendo muy
problemática.
Aun cuando el voto es libre, puede ser muy difícil de expresar. Por dar
un solo ejemplo, pero importante, es bien sabido que en los Estados Unidos
siguen existiendo barreras informales, de tipo legal e institucional, que des-
plazan a los ciudadanos todo el peso del ejercicio del derecho de voto, impo-
niendo difíciles requisitos de inscripción en las listas electorales, de residen-
cia, de a uencia a las urnas, ya que se vota en días laborables, en horas
laborables (como, por cierto, ocurre también en Gran Bretaña).
Sin descuidar estas importantes circunstancias, que reducen la partici-
pación electoral a cerca de la mitad de los electores estadunidenses (sobre
las temáticas de quién vota en los Estados Unidos, por qué, cuánto y para
quién, véase Campus y Pasquino, 2005), la atención y las preocupaciones de
los estudios y de la opinión pública se han desplazado atinadamente
de los criterios de las modalidades de expresión del voto democrático,
ya de todas formas claramente determinados, a las características de
Los criterios
de las elecciones
democráticas
El voto
democrático
La equidad
en las campañas
electorales
ELECCIONES Y SISTEMAS ELECTORALES 133
equidad de las campañas electorales. En particular, dos aspectos de las cam-
pañas electorales parecen ser merecedores de reglamentación, ya adquirida
en algunos regímenes democráticos, pero siempre sometida a tensión: 1) la
cantidad de dinero que cada candidato y cada partido pueden juntar y otor-
gar en la búsqueda de votos; 2) las posibilidades y las modalidades de acceso
a la propaganda televisiva. Es evidente que estos dos aspectos marcan la
nueva frontera a la que se asoman las elecciones libres y democráticas. En
efecto, las ventajas adquiridas por candidatos que disponen de más recursos
nancieros que gastar y de mayor, más frecuente, más fácil acceso a la televi-
sión, pueden convertir a las elecciones en una competencia entre desiguales
y por lo tanto producir resultados distorsionados, como ocurrió, por ejem-
plo, en las elecciones presidenciales brasileñas de noviembre de 1989, con el
ganador Fernando Collor de Mello, patrocinado con bombos y platillos por
la poderosa cadena televisiva Rede Globo. Obviamente, los ejemplos pueden
multiplicarse, y todos señalan efectos de distorsión en la expresión de las
preferencias del electorado.
Sin entrar en los detalles de cada legislación, la mayoría de los regíme-
nes democráticos, en particular los que tienen alguna forma de  nancia-
miento público-estatal de las campañas electorales, y a veces de los partidos,
prevé límites a los gastos electorales (con reembolsos relativos) y la regla-
mentación de los tiempos de acceso a la televisión, pública y privada. En el
caso italiano, por ejemplo, ningún candidato puede gastar en promedio más
de unos 50000 euros para la Cámara de Diputados y cerca de 100000 para
el Senado. El problema, que se volvió agudísimo por la presencia en política
de Silvio Berlusconi, antes propietario, hoy principal accionista de tres gran-
des cadenas televisivas nacionales, de cuál debe ser la cantidad admisible de
propaganda televisiva, ha sido enfrentado con un decreto, bastante contro-
vertido, llamado de la par condicio (Bettinelli, 1995), sobre la igualdad de
condiciones y de tiempos de acceso a la propaganda política televisiva. Una
vez establecida la imposibilidad de una total igualdad de los fondos utiliza-
bles en las campañas electorales y de los tiempos de propaganda televisiva,
es evidente que las elecciones serán más libres, más competitivas y más de-
mocráticas cuanto más se consiga y se mantenga el equilibrio entre competi-
dores, ya sean éstos candidatos individuales, partidos o coaliciones.
Por último, aunque evaluado de distintas maneras, el abstencionismo,
con sus motivaciones y su difusión diferenciada entre los electores (Caciagli
y Scaramozzino, 1983; Powell, 1986, Norris, 2002: cap. 5), constituye tam-
bién un problema relevante para los regímenes democráticos. Si las eleccio-
nes se con guran como el instrumento más importante para elegir a
los representantes y a los gobernantes, así como para comunicarles
las demandas, las preferencias y los estados de ánimo de los electores, la ex-
clusión —espontánea o impuesta— de cuotas consistentes de ciudadanos del
circuito electoral, independientemente de sus motivaciones, siempre muy di-
El abstencionismo

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