José García Narezo

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas405-407
405
El lenguaje plástico de este joven artista sordomudo es un acontecimiento
extraordinario con el que solemos toparnos varias veces y frente al cual
hay que darse una respuesta perentoria que nos satisfaga.
Cuando una noche, en la casa de Gabriel García Maroto —padre del
pintor— vi por primera vez la obra de su hijo, me produjo una impresión
tal, que durante horas permanecí despierto: había sido impactado como
en pocas ocasiones por una emoción estética provocada por la pintura del
joven sordomudo.
Ahora, cuando por segunda vez contemplo la obra de José García Na-
rezo en la galería Inés Amor, me parece grato aquel insomnio: había estado
yo frente a la obra de un genio obligado a no frustrarse. Una obra plástica
tan pasmosa se explica con facilidad: el imperturbable silencio en que se
mueve la vida de ese artista permite que su trabajo lo realice fiel a su nativa
inclinación creadora. La sordomudez de García Narezo a contribuido, sin
duda, a regalarnos con el milagro de su pintura y hasta podría decirse que
semejante insuficiencia física es para él una bendición: lo que en cual-
quiera sería una dolorosa carga, en este artista se convierte en virtud im-
prescindible que, de faltarle, quizá lo habría conducido a la esterilidad.
Las taras físicas suelen provocar en algunos seres discapacitados sen-
timientos de menor valía, cuya expresión a menudo encarna las peores
José García Narezo*
* Artículo titulado “La pintura de José García Narezo”, publicado en El Popular en septiem-
bre de 1938.

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