Diego Rivera

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas409-411
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México es una ínsula de la libertad en medio de un mundo en que ésta se
eclipsa o languidece.
Instalados en el credo fraguado con la sangre de los hijos de este país
durante las tres grandes jornadas ascensionales de su historia —la Inde-
pendencia, la Reforma y la Revolución—, solemos discrepar y debatir con
este o ese otro compatriota, más sin proscribirlo ni condenarlo a la mudez
por la heterodoxia de sus opiniones.
Y cuando el heterodoxo es respetado como hombre de excepción —al
revés de lo que ocurre en otros países reputados como fieles observantes
de la libertad—, no sólo lo dejamos hablar y expresarse, sino que le rendi-
mos honores siempre atentos a su condición de mexicano ilustre y de
noble agente del prestigio de nuestro país en el extranjero.
Uno de tales hombres, seguramente de los cinco o seis mexicanos más
inusitados en este siglo, es Diego Rivera, artista colosal quien se irá agigan-
tando con el tiempo y que habrá de cumplir sólo 70 años el próximo ocho
de diciembre.
Diego Rivera, cuya obra y estatura rebasa toda actitud polémica y deja
de lado toda pugnacidad partidista, archimexicano como es, será objeto de
un homenaje nacional al cual se ha sumado cuanto sector significa algo en
México: industriales, banqueros, intelectuales, políticos y entre ellos los
gobernadores del Distrito Federal, y de los estados de Michoacán, Jalisco,
Diego Rivera*
* Artículo titulado “Homenaje a Diego Rivera”, publicado en los periódicos El Popular a
fines de 1949 y en Novedades el 30 de noviembre de 1956.

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