Solo a tres voces

AutorEnrique Krauze
Páginas1034-1055
1034
Enrique Krauze
SOLO A TRES VOCES
La cultura es una conversación.
GABRIEL ZAID
IDEALISMOS DEL ABUELO
El escenario habitual era el Parque México, centro de convivencia para la
comunidad judía que había emigrado de Europa antes del Holocausto. Sen-
tados en unas extrañas bancas arboriformes, los ancianos (vestidos siempre
con traje y corbata, aun en verano) discutían acaloradamente sobre la situa-
ción política internacional y sobre las lecciones de la historia. Saúl, mi abue-
lo paterno, dirigía la orquesta de opiniones empleando el índice como batu-
ta. Yo me acercaba a escucharlo. Veía la realidad a través del prisma de las
ideologías políticas y sociales que a partir del siglo XIX se habían disputado la
supremacía mundial. El eco de esas batallas —tan enconadas como las anti-
guas guerras de religión— resonaba en la conciencia de aquel hombre de
trato muy suave, que se de nía a sí mismo como “un lector profesional”, y
con quien hace más de cuarenta años descubrí la “conversación de ideas”.
Saúl provenía de una modesta y convencional familia de sastres avecin-
dados en Wyszkow, una pequeña ciudad cercana a Varsovia. Había estudia-
do en una escuela religiosa, donde un maestro enseñaba a los niños, vestidos
de negro, el abc de las Sagradas Escrituras, y poco más. “En aquellos años”,
fórmula de la nostalgia que precedía casi todas sus conversaciones, “Wyszkow
parecía una fortaleza cerrada en el espacio y detenida en el tiempo”. Hacia
nales del siglo XIX —explicaba—, todo comenzó a cambiar vertiginosamen-
te. Las continuas novedades de la técnica (el teléfono, los faroles de la luz
eléctrica, el automóvil) parecían anunciar un progreso similar en la vida so-
cial y política. Tal vez por eso, desde muy joven decidió apartarse de la orto-
doxia religiosa y emprendió una libre travesía por la literatura universal y las
ideologías que profetizaban la emancipación de la humanidad. Debajo del
libro de rezos tenía las novelas de Tolstoi. “Empecé a cultivarme y dejé el fa-
natismo”, decía en esas charlas socráticas en el parque, que continuaban al
anochecer en su casa, durante la sobremesa.
La pasión de Saúl por las ideologías políticas y sociales (y por los ideales
que de ellas se desprendían) era todo menos académica: dibujaron el mapa
de su vida, que, “sin ser propiamente heroica”, tampoco careció de episodios
trágicos, riesgosas peripecias, grandes enseñanzas y desengaños. “¿Conoces
ENRIQUE KRAUZE 1035
el libro de Máximo Gorki Mis universidades? Mi universidad fue la vida,
igual que Gorki.” De haber permanecido anclado en el universo de la reli-
gión, se habría ahorrado quizás algunas dudas y sobresaltos, pero la alterna-
tiva de no abrirse al mundo era as xiante. Por sus ideales sufrió persecución,
cárceles (de ahí su devoción por Knut Hamsun, autor de Mis prisiones), y un
con namiento de seis meses en las barracas de un campo de concentración,
construido durante la primera Guerra Mundial cerca de Cracovia, el mis-
mo que veinte años más tarde se convertiría en el campo de exterminio de
Ausch witz-Birkenau.
Hablaba de las ideologías como quien recuerda amores pasados y odios
permanentes. Su primer amor, al que le fue  el por más de medio siglo, fue
el socialismo, en particular el fugaz socialismo de raigambre judía (opuesto
al sionismo) llamado bundismo. Sobre esa  liación me narró una escena que
aún recuerdo:
El Bund tenía el mismo ideal de los socialistas polacos. Cuando llegó el Primero
de Mayo de 1910, queríamos ir todos con la bandera roja. Era un sacri cio. En
aquel tiempo estaba el gobierno ruso. Nos rodearon los casacas con los sables y
los caballos. ¡Para qué te digo, fue una matanza horrible! Sin embargo fuimos.
En la plaza quedaron muchos heridos… Pero era un trabajo glorioso, te digo.
Era un idealismo muy grande en aquel tiempo, tanto que uno era capaz de sacri-
carse por el ideal del socialismo, por mejorar la vida del país y de cada uno.
Nunca olvido esos episodios ni a esas personas. Muchos amigos míos estaban
pudriéndose en las cárceles, en las prisiones. Sufrieron tanto, no te imaginas,
¡por ideales!
Danza macabra y esperanzada de las ideologías. Para no combatir en las
las del zarismo opresivo y esclavizante, que detestaba, y por ser paci sta
convencido, en 1914 se negó a unirse a las  las del ejército ruso y se dio a la
fuga. Enemigo del imperialismo y el capitalismo, por un tiempo coqueteó
con el comunismo, pero era demasiado individualista para aceptar sus rígi-
dos dogmas y estructuras. Y, aunque era buen lector de Proudhon (“ ‘Roba lo
robado’, ¿te acuerdas?”, me repetía), no por eso se convirtió al anarquismo,
cosa extraña porque era el credo típico de quienes, como él, practicaban las
artes y los o cios. Tal vez lo disuadieron los métodos terroristas del anar-
quismo en Rusia y Estados Unidos. Lo suyo era el socialismo: “Desde chico
fui un socialista hecho y derecho”. Por eso 1917 fue su año axial: “El mundo
entero temblaba en el puño de los obreros”. Aunque su actitud personal era
más cercana al menchevismo reformista que al bolchevismo radical, el triun-
fo de la Revolución rusa le pareció una aurora: representaba la igualdad en-
tre los hombres, la disolución de las clases sociales, el  n de los estrechos y
rencorosos nacionalismos: en una palabra, no sólo la libertad, sino la libera-
ción de la humanidad.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR