Emilio Obregón

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas527-532
527
Quien emprendiese una historia de las tertulias intelectuales capitalinas
agrupadas en torno a una librería —después de filiar una a una— no podría
integrarla sin aludir a la recién desaparecida librería Obregón, ubicada en
la avenida Juárez, frente a La Alameda. Su corta vida apenas cubrió un trie-
nio, de 1953 a 1956.
Durante muchos años se le habrá de recordar con gratitud, incluso por
los mezquinos de profesión. El caballeroso Emilio Obregón —descendiente de
linajuda familia porfiriana, algo así como la versión aerodinámica de aquel
animador literario de hace un siglo que fue el conde de la Cortina—, supo
convertir la habitual sordidez pragmática del vendedor de libros en una tarea
generosa y auspiciadora de la vida cultural de nuestra ciudad.
Respetuoso de la inteligencia sin anteponer a ella el criterio partidista;
dotado de espíritu abierto y alérgico a todo sectarismo, tal como corresponde
a un liberal auténtico —parece que en sus venas late sangre juarista—, Emi-
lio Obregón transformó el gran salón de su extinta librería en hospitalario
albergue, donde fueron honrados con vinos de honor, un Fernando Benítez
—paisajista descarriado en las letras y soldado de las mejores causas—; el
virtuoso sacerdote Alfonso Méndez Plancarte, erudito latinista ya difunto;
Andrés Iduarte —errabundo, desafortunado y noble—; Octavio Paz, acaso el
mejor prosista de nuestra generación y sin duda el más grande poeta de
Emilio Obregón*
* Artículo titulado “L as librerías de José María Andrade y de Emilio Obregón”, publicado
por el periódico Novedades el 26 de agosto de 1956.

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