El virrey

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XIII. EL VIRREY
DURANTE los tres decenios en que se ocupó de guerras y desplazamientos,
Vieira de Mello se especializó en entender a los gobiernos. Aunque nunca
logró todo lo que se proponía, sí aprendió a negociar con ellos, a extraerles
recursos y a manipularlos. Sus colegas de más alto rango en Nueva York,
casi siempre funcionarios veteranos en servicios gubernamentales nacio-
nales, con frecuencia se sorprendían al enterarse de que él nunca había
trabajado para Brasil. La ONU no era un lugar en el que se pudiera adquirir
experiencia sobre cómo dirigir un país; sin embargo, todo eso cambió, ines-
peradamente, con la crisis de Kosovo.
EL FIN DE UNA GUERRA
Cuando Vieira de Mello y su equipo regresaron a los Estados Unidos después
de su arriesgada misión de evaluación, la guerra de la OTAN iba mal. No obs-
tante, Viktor Chernomyrdin, el ex primer ministro ruso, y Martti Ahtisaari,
el presidente fi nlandés, eran la punta de lanza en las conversaciones de paz
apoyadas por el gobierno de Clinton, y esa labor comenzaba a dar resultados:
madres y esposas de los soldados serbios habían empezado a protestar por las
bajas que el ejército sufría y la OTAN comenzó bombardeos contra empresas
pertenecientes a socios cercanos de Miloševi . El líder serbio, que esperaba
poner a Rusia en contra de la OTAN, comenzó a sentirse encajonado cuando la
ONU, la OTAN y Rusia de pronto formaron un frente unido. El jueves 3 de junio
de 1999, después de 78 días y 12 500 bombardeos de la OTAN, Chernomyrdin y
Ahtisaari presentaron a Miloševi un acuerdo de “lo tomas o lo dejas”, y éste
se rindió. Esa noche, funcionarios de la ONU comenzaron a negociar la retirada
de Kosovo de la policía y las fuerzas militares serbias.
Una cuestión muy importante había quedado sin resolver: cuando las
fuerzas serbias se retiraran, ¿quién estaría a cargo de Kosovo? La mayoría
étnica albanesa de Kosovo, desde que le fue arrebatada la autonomía a la
provincia en 1989, tenía sus propias estructuras de gobierno informales y
clandestinas, y estaba ansiosa por volver a dominar, pero los rusos no lo
permitirían. Unos funcionarios serbios se alegrarían de seguir al frente,
pero la campaña aérea de la OTAN había sido ideada precisamente para evi-
tarlo.
A su regreso a Nueva York, Vieira de Mello concedió numerosas entre-
vistas a los medios de información, en las que argumentó que, como medida
292 SEGUNDA PARTE
provisional, la ONU (y no la OTAN) era la organización más adecuada para po-
nerse al frente de la provincia.
—Si la ONU desempeñara ese papel —dijo a un numeroso público en el
Club Nacional de Prensa de Washington, cuatro días después de que se rindie-
ra Miloševi —, les puedo asegurar que estaría lista para actuar rápidamente.1
Sin embargo, ni él ni el secretario general Annan esperaban que se le
diera tal papel a la ONU. Aunque los rusos cabildeaban, los funcionarios de la
ONU suponían que la organización sería eliminada del proceso de paz, como
fue eliminada de la guerra. De hecho, Vieira de Mello estaba tan confi ado en
que la tarea de hacerse cargo de Kosovo sería asignada a otros que, después
de olvidarse del resto del mundo desde marzo, hizo planes para volar a Pekín
el 9 de junio y luego el 13 de junio a Islamabad, en Pakistán, para evaluar las
condiciones humanitarias regionales.
No obstante, Moscú hizo que pronto cambiara sus planes de viaje. El
gobierno de Clinton había pasado por alto al Consejo de Seguridad de la
ONU durante el periodo previo a la guerra porque Rusia había vetado cual-
quier resolución de los Estados Unidos que autorizara el bombardeo de la
OTAN. Ahora que Rusia insistía en que la ONU encabezara la transición, Wash-
ington estuvo dispuesto a volver al Consejo de Seguridad e invitarlo para
que ayudara a darle forma al futuro de Kosovo. El 10 de junio, el Consejo
de Seguridad autorizó la Resolución 1244 (la cual tuvo como común deno-
minador la indecisión entre los países poderosos), por la cual se le otorgaba
a Kosovo “ autonomía sustancial”, pero no la independencia, y una “con-
siderable administración propia”, pero no autogobierno. La policía y las
unidades militares serbias tendrían que dejar Kosovo. Pese a ello, los países
del Consejo de Seguridad reiteraron su respeto a “la soberanía e integridad
territorial de la República Federal de Yugoslavia”. En fecha no especifi -
cada (una fecha que todavía no llegaba a fi nales de 2007), la provincia se
mudaría de “su casa de rehabilitación” y quedaría ofi cialmente como parte
de Serbia o, más probablemente, lograría el reconocimiento internacional
como país independiente. Kosovo aún necesitaba un gobierno, así que la
ONU funcionaría como una “administración internacional interina” hasta
que se resolviera el estatus fi nal de la provincia.
La Resolución 1244 pedía a Annan que designara un representante especial
de la Secretaría General (RESG) como administrador de transición. Esta perso-
na supervisaría la administración civil, los asuntos humanitarios (vía la ACNUR),
la reconstrucción (vía la Unión Europea) y la formación de instituciones (vía la
Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa). El administrador
trabajaría en conjunto (pero sin decir nada) con la OTAN, la cual enviaría 50 000
soldados terrestres para mantener la paz y estabilizar la provincia.
1
SVDM, “Humanitarian Needs in Kosovo and Yugoslavia”, National Press Club, 7 de junio
de 1999.

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