Un nuevo Sérgio

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XVI. “UN NUEVO SÉRGIO”
UNA CUALIDAD importante que Vieira de Mello mostró en el Timor Oriental,
más que su sabiduría, fue su adaptabilidad. Ya en la primavera de 2000 creía
que su misión, que fuera del Timor Oriental era considerada como un excep-
cional éxito de la ONU, estaba a punto de fracasar: la seguridad física esta-
ba desmoronándose, la economía estaba en ruinas y los timorenses habían
comenzado a ver a la ONU como una segunda fuerza de “ocupación”. En su
desesperación por recobrarse, Vieira de Mello tomó medidas enérgicas con-
tra las amenazas a la seguridad e intentó dar a los timorenses la oportunidad
valiosa de intervenir en sus propios asuntos. Con objeto de recobrar el ímpe-
tu, según se dio cuenta, tendría que prestar mayor atención a la dignidad y al
bienestar de los timorenses, que al reglamento de la ONU.
LA SEGURIDAD ES LO PRIMERO
El mayor temor de los timorenses era que regresaran las milicias de Indonesia.
Aunque les molestaba la sombra política de la ONU, sabían valorar su presencia
militar. Cuando las tropas para el mantenimiento de la paz sustituyeron a la
Fuerza Multinacional, Vieira de Mello aclaró que no disminuiría la seguridad.
Advirtió que la fuerza de la ONU “mantendría en el Timor Oriental la mayor
capacidad de reacción y disuasión, las cuales no le aconsejaba a nadie poner
a prueba”.1 Aun así, se oían rumores de que la milicia pro Indonesia planeaba
regresar para masacrar a los habitantes. El 24 de julio de 2000, el soldado raso
Leonard Manning, un casco azul de 24 años de Nueva Zelanda, fue la primera
baja entre los miembros de la fuerza de paz: le dispararon a la cabeza mientras
patrullaba cerca del pueblo de Suai, en la frontera con el Timor Occidental.
Cuando su cadáver fue recuperado varias horas después, tenía el cuello acu-
chillado y las orejas cortadas.2
El día del ataque, Alain Chergui, uno de los guardaespaldas de Vieira de
1
SVDM, notas de discurso, ceremonia de toma de posesión con el general Cosgrove, 23 de
febrero de 2000.
2
Manning fue el primer neozelandés caído en combate desde 1971. En la misma área le
dispararon al soldado de 26 años Devi Ram Jaishi, originario de Nepal, cuando milicianos ata-
caron su unidad el 10 de agosto de 2001. Jaishi murió a consecuencia de sus heridas mientras
era llevado a Dili para tratamiento. Otros cuatro (tres soldados y un civil) resultaron heridos.
Eugene Bingham, “Ambush on a Timor Jungle Trail”, New Zealand Herald, 7 de septiembre
de 2002.
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Mello, fue en auto a la casa de su jefe. Al verlo llegar, Vieira de Mello no hizo
sus habituales bromas y sólo dijo:
—Vamos a Suai.
Chergui guarda en la memoria la transformación:
—Su expresión era tan seria, tan dura y adusta —dice el funcionario fran-
cés de protección—, como si no fuera Sérgio.
Cuando llegaron al pueblo donde sucedió el asesinato, Vieira de Mello
acribilló a preguntas a los colegas de Manning en el batallón Kiwi.
—Estaba obsesionado —dijo Cergui—, quería saber cada detalle de lo
que Manning hizo durante todo ese día.
Aprovecharía la información para argumentar en Nueva York que el re-
glamento de acción de las fuerzas de paz debía ser más enérgico; pero tam-
bién la utilizaría para aminorar el golpe sufrido por los padres de Manning,
quienes podrían tener una idea precisa del bien que su hijo había hecho el
día de su muerte, y repitió que los visitaría cuando fuera a Nueva Zelanda
en visita ofi cial.
Vieira de Mello había aprendido una lección vital en Bosnia y Zaire: era
esencial señalar a los miembros de las fuerzas armadas que la ONU no retroce-
dería. Si los militantes atacantes detectaban debilidad, como sabía, sacarían
partido. Por lo tanto, a raíz de la muerte de Manning hizo una revisión del
reglamento de acción para dar mayor fl exibilidad a las tropas de paz, de modo
que pudieran defenderse a sí mismas y proteger a los civiles. Anteriormente,
las fuerzas de paz tenían que esperar a que les dispararan antes de rechazar
el ataque, y debían hacer disparos de advertencia antes de poner a cualquiera
en la mira. Sin embargo, en adelante los cascos azules podrían comenzar sin
advertencias el fuego contra milicianos sospechosos. Soldados y policías de la
ONU también podrían arrestar a individuos sospechosos con un mínimo de evi-
dencia. Vieira de Mello autorizó grandes redadas policiacas y militares para
expulsar a la milicia y restaurar la confi anza pública. Después refl exionó al
respecto: “Elegimos no optar por el clásico y habitual enfoque para el mante-
nimiento de la paz: soportar insultos, recibir balas, sufrir bajas sin responder
con sufi ciente fuerza y sin tirar a matar. La ONU había hecho eso antes y no
lo íbamos a repetir aquí”.3 En un discurso en el que felicitó a las tropas que
neutralizaban la amenaza, presentó el rostro bélico de la ONU:
—Que lo intenten de nuevo y recibirán la misma respuesta —dijo.4
Su parte favorita del trabajo, aclaró, incluía hacerse cargo de asuntos mi-
litares. Su personal le hacía bromas por su obvio deleite al asistir a desfi les
militares bajo el sol abrasador. Convencido de lo positivo de esos desfi les,
siempre, desde que había acompañado a Brian Urquhart por el sur de Líbano
en 1982, visitaba cada unidad militar por separado y, con frecuencia, encon-
3
Rajiv Chandrasekaran, “Saved from Ruin: The Reincarnation of East Timor; UN Handing
Over Sovereignty After Nation-Building Effort”, The Washington Post, 19 de mayo de 2002, p. A1.
4
UN Confi dent: East Timor Border Secure”, Deutsche Presse Agentur, 18 de mayo de 2002.

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