Los últimos días del presidente Madero
Autor | Manuel Márquez Sterling |
Cargo del Autor | Antiguo ministro de Cuba en México |
Páginas | 243-278 |
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El Salón de Embajadores del Palacio Nacional de México —refinam iento
del pasado régimen— hallábase repleto de altos funcionarios, entre los
cuales lucían sus charreteras varios generales y coroneles, en competen-
cia con los áureos bordados de mi traje diplomático...
Al fondo, en el centro de su Consejo de Min istros, don Francisco I.
Madero, de frac, pequeño y redondo, con la banda presidencial sobre la
tersa pechera de su camisa, me aguarda en la verde y sedosa alfombra.
No hay diplomático, incluso los avezados a la multiforme ca ravana,
que no experimente fat iga en el acto de presentar las credencia les, leyendo
un discurso de halagos y promesas. El mío es corto y sincero. Corto, por-
que la verdad no requiere derroche de vocablos. Y sincero, porque sólo
así habrá de ser fecunda la diplomacia en América.
EL DISCURSO
Señor presidente:
...Admirador entusiasta de la heroica patria de Vuestra Excelencia, her-
mana de la mía en la sangre y en la gloria, no pudo confiarme el gobierno
de Cuba misión más grata que la de mantener y, si fuere posible, estrechar
aún más los lazos que unen en la historia, y que, en la civilización y en la
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Manuel Márquez Sterling*
*Antiguo ministro de Cuba en México.
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Manuel Márquez Sterling
vida, identi fican a ambos pueblos, nacidos, sin duda, para muy nobles idea-
les. Así, he de consagra r mis mayores afanes y esfuerzos a que estos v ínculos
se desarrollen en todas las formas del común beneficio, moral y material,
encaminadas, como lo están las dos naciones, por la ancha vía del trabajo,
del comercio, de la paz y del progreso, y cuento, para el éxito feliz de tan
fecunda labor, con la benévola acogida del gobierno de Vuestra
Excelencia.
LA RESPUESTA
Señor ministro:
Habéis, Señor Min istro, expresada una gra n verdad al decir que vues-
tra patria y la mía son hermanas por el origen común y por las aspiracio-
nes de gloria, teniendo, asimismo, profunda s afinidades en su civil ización
y en su desarrollo h istórico. Debo por mi pa rte man ifestaros, que si mo-
tivos poderosos constit uyen, como acabáis de decir, un vivo a liciente para
el cumplimiento de vuestra misión diplomática, que harán poner a contri-
bución vuestros esfuerzos para ensanchar y fortalecer m ás aún, si cabe,
los cordiales v ínculos que felizmente existen ya ent re nuestros dos paí-
ses, yo me esforzaré en cambio, en cuanto de mí dependa, como jefe de
la nación, porque tan noble tarea sea l levada a término sin ningún obs-
táculo y redunde en beneficios positivos de todo orden para Cuba y para
México...
Madero y yo nos estrecha mos las manos, y uno a uno presentóme a
sus consejeros, entre ellos, a l vicepresidente, don José María Pino Suá rez,
que desempeñaba la cartera de Instrucción Pública. En seg uida, ocupa-
mos dos butacas de terciopelo colocadas, con ese objeto, detrás del presi-
dente, y en un breve diálogo invertimos tres mi nutos mal contados. “Ya
sé —exclamó Madero— que es usted lea l amigo de nuestra democracia”
y, a prueba mi discreción, repuse en elogio de las virtudes propias del
pueblo mexicano, con lo cual dejé satisfecho el patriotismo del gobernante
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y, con prudencia, le aparté de alud ir, más direct amente, a la rota corona
de don Porfirio. Y al lí mismo, aleccionado por el diligente subsecretar io,
me dio cita para el alcáza r de Chapultepec en donde haría, dos días más
tarde, mi primera visit a particu lar. En la expresión de su rostr o, no se
adivinaba el menor presentimiento del cercano desenlace; y ningu na
sombra anticipaba la t ragedia. Los rumores de conspiración, al parecer,
no traspasaba n las puertas palati nas, ni hacían mella en el m andatario los
furibundos ataques de la prensa, ni quit ábanle el sueño las embestidas
contra su gobierno, de senadores y diputados que tronaban.
Había saldado una deuda con mi tenaz curiosidad, y aprovechando
coyunt uras que la posición oficia l me proporcionaba para tratar a Madero,
proponíame el estud io de su carácter, penetrar su alma, analiza r su inteli-
gencia, explorar su cultura y sus tendencias políticas, materia, en aquellos
momentos, de acaloradas discusiones, ya reconociéndole virtudes inim ita-
bles, ya en el extremo ant ípoda negándole aun los más element ales atribu-
tos del entendimiento.
Nació Madero el 30 de octubre de 1873 en Parras de la Fuente, estado
de Coahuil a, y perteneció a una fami lia opulenta de agricu ltores, ajena a las
intrigas de la política, no obstante haber sido su bisabuelo, don José Fran-
cisco, diputado al primer Congreso Constituyente de Coahuila y Tex as; y
su abuelo, don Evaristo, gobernador en aquellas vastas regiones del norte
mexicano. Estudió la carrera del comercio, primero, en Ba ltimore, después
en el Liceo de Versalles; viajó por Europa e ingresó, finalmente, en la Uni-
versidad de San Francisco de California, hasta concluir su educación, a los
20 años de edad, y establecerse en S an Pedro de las Colonias pa ra adminis-
trar las propiedades que tenía su padre en L a Laguna. Cuentan los biógra-
fos de Madero que se entregó de lleno a las faenas agrícolas e implantó
modernos sistemas de cult ivo; exami nó el modo mejor de aprovechar las
aguas del río Nazas, que fertili zan los campos del Tlahual ilo, en el estado
de Durango, y de La L aguna, en Coahu ila, y conseguir su repa rtimiento, con
equidad, entre los r ibereños; en 1900 publicó, sobre ese tema, el folleto en
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