El nuevo embajador

AutorJosé Vasconcelos
Páginas21-36
e llamaba Henry Lane Wilson y lo recibimos con entusias-
mo por causa de un discurso en que, contrariando el pre-
cedente diplomático de encarnar a México en la persona del
Dictador, declaró que era efímero todo progreso que no se apo -
yaba en “la sólida roca de la Constitución de un pueblo”. La
frase desagradó al gobierno, pero hizo fortuna en la oposición.
Además, y aun cuando no nos dábamos cuenta de ello, la ideo -
logía revolucionaria que permeaba al país era un reflejo del
movimiento sindicalista norteamericano. Los agitadores cruza -
ban la frontera, llegando a provocar levantamientos como el de
Cananea, reprimido a su vez por soldados de Norteamé rica, con
anuencia del gobernador porfirista. Las doctrinas que en la
nación del Norte fracasaban por falta de ambiente propi cio,
encontraban repercusión material en el México oprimido y de -
sesperado. Lo que en nosotros no podía expresarse en el mitin
o en el diario se refugiaba en el complot. La mayor parte de los
jefes secundarios de la rebelión, desde 1910 a l a fech a, ha n sido
hombres de cultura rudimentaria, con indigestión del ideario
de los lndustrial Workers of the World, primero, y de la Ame rican
Federation of Labor, después, al iniciar Calles el obrerismo amari -
llo o de simulación revolucionaria. Las revistas norteamericanas
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EL NUEVO EMBAJADOR
S
de tendencia avanzada, los diarios, de información libre, circu -
laban en México y propalaban historias de atropellos guber-
namentales de los que no se podía hablar en nuestro propio
territorio. Desde Estados Unidos, también, los refugiados de
anteriores intentos de rebelión, encabezados por los Flores
Magón y apoyados en las organizaciones obreras yankees, man-
tenían una campaña violenta contra el despotismo de Díaz.
Crecía el oleaje, y el Dictador, habituado al fácil abuso, em -
pezó a violar su propia palabra, que había garantizado la li-
bertad de prensa durante el período electoral. Una tarde cayó
la policía sobre nuestro periódico. No hallando a mano ni a
Fulgencio ni a mí, encarcelaron a los cajistas, al administrador,
al prensista y también a un sujeto que estaba de visita, pero
que confundieron conmigo. Protestaba éste, declarando su ver -
dadero nombre, y el astuto Pancho Chávez, jefe de la policía,
exclamaba triunfante:
—No crea que a mí me engaña; usted es V.
A las veinticuatro horas lo libertaron; para entonces, ya
no estaba yo en la capital.
Me refugié, junto con Federico González Garza, en la Ha -
cien da de las Palmas, en San Luis Potosí, propiedad de un
compañero de colegio y correligionario antirreeleccionista,
José Rodríguez Cabo. La vista de la cañada por donde cruza
el ferrocarril, basaltos colosales entre la selva del trópico, el fa -
moso Espinazo del Diablo, nos devolvió la serenidad. ¡Cómo
resultan mezquinas todas las luchas del hombre y cómo sería
hermoso vivir de eremita ambulante para contemplar la Natu -
raleza en su plenitud gloriosa! Y ¡cómo era idiota pasarse la vida
encerrado dentro de los muros de la rivalidad y el apetito!
La finca de nuestro amigo, una de las más extensas de la
región y potencialmente de las más ricas del mundo, no estaba
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MEMORIAS POLÍTICAS

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