La apoteosis del crimen

AutorJosé Vasconcelos
Páginas37-55
a instancia de nuestro Partido fue desechada en el Congreso
con burlas. ¿Qué proponían los ilusos antirreeleccionistas?
¿Derribar un régimen de fuerza con los argumentos del cuistre?
La nación entera parecía respaldar a sus diputados. En todos
predominaba el pensamiento de divertirse. Las fiestas conme-
morativas de septiembre alcanzaban esplendor de apoteosis.
No por los héroes que murieron para darnos libertad, sino por
el héroe de la paz, que nos la había robado.
Desde el balcón del Palacio Nacional, la noche de la fiesta
cívica, el tirano había gritado: “¡Viva la Libertad!” Y una mul-
titud imbécil, desde la plaza, levantó clamor que refrendaba la
farsa. Para ellos, libertad es su noche de gritería y alcohólico jol -
gorio. Nada hay más antipático que el entusiasmo patriótico de
un pueblo envilecido. La tolerancia del crimen en el gobierno
deshonra el patriotismo que exige decoro antes que histerismo y
loas. Y se torna soez toda alegría pública que convive con la
impunidad, la impudicia del gobernante. Por eso es asquerosa
nuestra noche del 15. Había, sin embargo, bajo la capa de lujo
de aquellos festejos del Centenario, una sorda, resuelta oposi-
ción que aguardaba su instante. Una convicción de que se es-
taba en vísperas del castigo final hacía tolerable el bullicio.
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LA APOTEOSIS DEL CRIMEN
L
Alentaba una gran esperanza. Peores han sido los aniversarios
patrios bajo el carrancismo y el callismo, asesinos de la patria
y de su esperanza. Noches del 15 contemporáneas, juergas de
constabularios, ebrios y caníbales.
No sé por qué artes se había hecho costumbre celebrar el
santo del déspota al día siguiente del aniversario de la patria.
Para la noche del 16 se preparó, aquella ocasión, un baile de
Corte. Lo presidiría con diadema de diamantes, si no de blaso -
nes, la esposa del Dictador. Le rindieron homenaje las emba-
jadas de las potencias. La Madre España envió de embajador
especial a Polavieja, el verdugo de Cuba. La maledicencia, mias -
ma de las tiranías, inventó un diálogo a lo Juan Tenorio y Mejía,
entre los dos matadores de hombres. Exhibía cada cual su lista
de fusilados y triunfaba el dictador criollo.
Grupos de visitantes entraban por la puerta presidencial
del Palacio, generalmente reservada y ahora abierta para que
el público contemplase el adorno de los salones preparados
para la fiesta. Acompañaba yo a unas señoras, algo parientes;
una de ellas me dijo:
—¿Por qué no viene con su esposa?
—Gracias —le contesté, distraído—; el año entrante la invito
y aquí bailaremos.
—¡Ay, ja, ja, ja, ja,! Déjese de locuras... ¿Por qué no quiere
al Viejo?
Ya no teníamos prensa, ya no celebraríamos mítines ni
reuniones de grupo; ostensiblemente estábamos deshechos;
sin embargo, el fermento pugnaba. Desde sus soledades de
prisionero, Madero escribía el Plan de San Luis. El texto del
documento sólo se conoció cuando ya estuvo él a salvo en los
Estados Unidos, pero se sabían sus lineamientos: desconoci-
miento del régimen porfiriano; convocatoria del pueblo a las
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MEMORIAS POLÍTICAS

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