La mejor novela mexicana del siglo

AutorAndrés Henestrosa
Páginas235-237
en medio del ruido y del vocerío de las empleadas, escribió muchas de sus
hermosas páginas. Pues bien, hasta allí se le fue a buscar para que ayudara a
redactar Tres monografías que don Pablo Macedo preparó para la obra Méx ico,
Su evolución so cial. Macedo, al fin un señor a carta cabal, agradeció al final
del libro a todas aquellas personas amigas suyas que le habían ayudado con
sus luces en su redacción. De modo especial a De Campo. “De entre ellas
–dijo– la justicia me impone mencionar especialmente al señor don Ángel de
Campo, de cuya elegante pluma salió, además, casi en su totalidad, el capítulo
I, titulado: “La hacienda pública desde los tiempos primitivos hasta el fin
del gobierno virreinal.” Cualquiera que haya leído las tres monografías: “La
evolución mercantil”, “Comunicaciones y obras públicas” y “La hacienda pú-
blica” podrá descubrir también, en la primera, sobre todo en lo que se refiere
al mundo indígena precortesiano; la mano que trazó la parte que de modo tan
palmario reconoce don Pablo Macedo. Lástima grande es que ese adverbio
“casi” no nos deje reclamar como obra de Ángel de Campo ese capítulo debi-
do a su “elegante pluma”. Enormidad de un “casi” exclamó un autor español,
cuando leyó que Goethe era “casi” un poeta cristiano. ¿No te parece, lector,
que esas dos sílabas se levantan infranqueables entre el autor verdadero y el
nombre que calza el libro?
15 de agosto de 1954
La mejor novela mexicana del siglo
Hace muchos años, no recuerdo cuántos, pero desde luego más de diez, l
una novela de Justino Sarmiento titulada Las perras. Una buena novela, desde
luego, pero que entonces no me produjo mayor entusiasmo. Situada dentro de
la corriente popular, en la línea de las buenas producciones realistas mexica-
nas, quise emparentarla con aquellas que escribió Fernández de Lizardi, si no
en la ejecución pues está escrita con el mayor cuidado, sí en el afán de dar vida
a escenas y documentos propios, así como a atreverse a escribir sin miedo a las
reglas, con sencillez, con la certeza de que más vale ser entendido de todos
que de unos cuantos. Su prosa sencilla, sus observaciones sorprendentes de
penetración, la manera de tratar la metáfora, me indujeron a pensar en otros
autores de nuestros días, como Cipriano Campos Alatorre, profesor rural como
AÑO 1954
ALACE NA DE MINUCI AS 235

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