Jorge Fernando Iturribarría

AutorAndrés Henestrosa
Páginas612-613
612
ANDRÉS HEN ESTROS A
Cierto es, también, que la literatura no puede prosperar en un ambiente
de guerra y de preocupación del género que amenazaba a México hace un
siglo. Pero no es menos cierto que el riesgo opuesto, el de la resequedad y
la deshumanización, sobreviene durante las épocas prolongadas de paz y de
abundancia.
Contrasta con el panorama literario de hace cien años, éste que contem-
plamos en 1959. Cuatro o cinco suplementos literarios de los grandes perió-
dicos evidencian que no sólo hay quien escriba sino quien lea. Multitud de
revistas en la capital y en provincias difunden ideas, creaciones y noticias cul-
turales. Que sea para bien. Nadie espera panfletos a esta hora; sólo el corazón
puesto en el derecho y el deber fundamentales de un escritor.
8 de febrero de 1959
Jorge Fernando Iturribarría
Esto suele ocurrir: que un hombre sienta en determinado momento que es su
destino responder por toda una generación. Cuando un pueblo entero parece
haber perdido el orgullo de serlo, cuando todos parecen que han abandonado
la decisión de mantener vivas las tradiciones todas de una nacionalidad, ese
mismo, esa misma nacionalidad, se esfuerza por producir a un hombre que se
eche a sus espaldas el peso entero de todo el acervo que define una fisonomía
colectiva. Eso, y no la falta de ponderación, y no el desorbitado aprecio de sí
mismo, hace que algunos hombres, se crean destinados a hacerlo todo en un
momento dado de la historia de su pueblo. Domingo F. Sarmiento lo fue todo
sólo por ese afán de no dejar nada pendiente, si podía concurrir a dar fisono-
mía a la patria Argentina; José Vasconcelos, en su tiempo, discutió acerca de
todas las disciplinas, sólo porque creía encarnar la responsabilidad de dar a
México una nueva fisonomía. ¿No discutió Sor Juana con todos los doctores,
sólo para probar que las mujeres estaban, al igual que los hombres, dotados
de todas las facultades para el conocimiento humano? ¿No quiso en su tiempo
dar una lección sobre la identidad del alma humana, como criatura de un solo
Ser Supremo?
Lo pienso cuando encuentro en cada una de nuestras provincias a un hom-
bre de letras que se considera el llamado para hacer cuanto otros no hicie-

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