Antonin Artaud, perseguido de Dios

AutorAndrés Henestrosa
Páginas638-640
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ANDRÉS HEN ESTROS A
que el poeta, el músico, el pintor, el artista. Ese poeta y ese pintor, ese músico
y ese escritor que vive en el hombre hasta la adolescencia, pueden encontrar
en las canciones, las lecturas, los refranes y las coplas escuchadas en la in-
fancia, el mejor estímulo para afir marse. Los mejores ciudadanos así se han
formado.
¿No ha y en nue stros días un maestro, un escritor, un poeta que r eúna
en libro los ide ales per manentes en nuest ro país, y los nuevos que el tiem-
po ha venido agregando, y los presente en herm osos textos para alimento
de la niñez mex icana? Un libro que equivaliera a las Le cturas l iteraria s de
Amado Nervo, a Una fa milia de héroes de Gregorio Torres Quintero, a la
Antolo gía Na cional de Adalber to A. Esteva, p or ejemplo. Nue stra niñez lo
reclama.
Y quien lo hiciera, podría alcanzar por ese solo hecho, vida inmortal en
nuestra historia.
21 de junio de 1959
Antonin Artaud, perseguido de Dios
De dónde venía Antonin Artaud cuando llegó a México a principios de 1936?
¡Quién sabe! Quizá ni él lo supiera, alucinado viajero y hombre péndulo entre
la más alta y luminosa razón y la más negra y dolorosa locura. Es el caso que
una noche lo encontré en casa de la pintora María Izquierdo, allí en la calle de
Venezuela, rodeado de amigos que lo escuchaban azorados. De pie, la cabeza
despeinada, hablaba como un poseso, de manera tan rápida y en términos tan
poéticos y tan elevados que costaba trabajo al auditorio seguirlo y entenderlo
cabalmente. ¿De qué hablaba Antonin Artaud? Hablaba de los indios, de las
culturas indias, para muchos muertas pero para él las únicas vivas para
siempre. Mi presencia y mi condición de hablante de lenguas indígenas, lo
llevaron de pronto a hacer tierra, esto es, de abandonar aquella enajenación
verbal que se había apoderado de su espíritu. Entonces comenzó pausadamen-
te, como para que yo pudiera seguirlo, una deslumbrante disertación sobre las
culturas indias de México, que él comparaba con las más ilustres de todos los
tiempos: con la egipcia, la china y la griega. Si llegó a ponerla en papel es cosa

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