Grecia y las ciencias

AutorJosé Luis González Recio
Páginas9-22
Grecia y las ciencias
oordinar una obra colectiva es una tarea llena de atractivos, pero arriesgada.
El largo contacto con los especialistas encargados de los diferentes capítulos
resulta siempre gratificante en el orden personal e intelectual. Nada enseña
tanto, sin duda, como contemplar de cerca el trabajo de reflexión y de creación en su
mismo proceso generativo; nada agrada tanto como observar la labor de investigación y
la posterior expresión alcanzada desde las señas de identidad de cada aportación
particular o a través del panorama de conjunto que se va abriendo paso gracias al es-
fuerzo científico compartido. Existen, no obstante, riesgos, y creo que merecen desta-
carse tres: la atomización disgregadora, la falta de un alma que armonice o equilibre
el empeño común y la ausencia de una estrella que sea presagio de un final feliz, pues
culminar cualquier proyecto humano exige probablemente algunas briznas de fortuna.
Confieso, con sinceridad, que las vivencias que durante dos años me ha proporcionado
la coordinación del presente volumen pertenecen tan sólo al capítulo de las experien-
cias estimulantes y enriquecedoras. Tal vez su título —Átomos, almas y estrellas—,
elegido para proclamar la genial lucidez de los antiguos griegos cuando quisieron
ahondar en los secretos del microcosmos, de lo humano y del cielo, exorcizó desde el
principio los mencionados peligros. El libro, en efecto, ha contado con un alma uni-
versal, aunque no impuesta desde fuera, como en el Timeo platónico se asigna al mun-
do, sino nacida de la espontánea consonancia y sintonía que cruza las contribuciones
de los distintos autores. Si se me permite entregarme a un cierto optimismo, me atreve-
ría a decir, además, que el lector tiene en sus manos unos Estudios sobre la ciencia
griega que han visto la luz con estrella, gracias a los trabajos de Rafael Benedito, An-
tonio Benítez, Dolores Escarpa, Óscar González Castán, Carmen Mataix, Fernando
Pérez Herranz, Ángela Redondo, Ana Rioja y Juan Antonio Valor, quienes han con-
vertido en organismo animado lo que hubiera podido desdibujarse en mero agregado
editorial inerte.
Han sido precisos dos ingredientes más, sin embargo, para que nuestro texto haya
podido ser escrito: cierta temeridad y la añadida convicción de que puede hablarse de
una ciencia griega. Algún arrojo, en primer lugar, porque ningún otro período históri-
co ha merecido atención tan completa y polimorfa como el de la antigua Grecia. He-
mos atenuado nuestra audacia, con todo, evitando la pregunta radical: ¿por qué fue
posible Grecia?, pourquoi la Grèce?, como no hace muchos años titulaba a su bella
C

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