Sobre los dioses visibles: estrellas y planetas. Los orígenes de la astronomía geométrica

AutorAna Rioja
Páginas57-86
Sobre los dioses visibles: estrellas y planetas.
Los orígenes de la astronomía geométrica
Ana Rioja Nieto
UN DIÁLOGO PROPEDÉUTICO
— Decía el físico cuántico Erwin Schrödinger que los rasgos peculiares y
fundamentales de la actual visión científica del mundo no constituyen una
necesidad lógica, sino que tienen un origen histórico que puede rastrearse en
los comienzos del pensamiento filosófico occidental.1
B— Según eso, habría razones más allá de la mera curiosidad histórica para volver
la mirada a Grecia.
A— Así es. El interés de una mirada retrospectiva de estas características rebasa
con mucho el de la mera información sobre el pasado en cuanto que aporta inteligibili-
dad a una tarea que se ha revelado apasionante y fecunda: la construcción de ese pe-
culiar producto cultural que llamamos ciencia.
B— Sin negar el valor del análisis retrospectivo, cabe preguntarse, sin embargo,
si no se habrá subrayado en exceso el papel desempeñado por el pensamiento griego
en la génesis de la ciencia, en particular de la ciencia de la naturaleza, que es la que
aquí nos ocupa.
A— Evidentemente ni hay una directa relación causa-efecto, ni puede pretender
hallarse un precedente en la antigua Grecia para cada teoría científica actual. Más aún,
como no podía ser por menos, en la mayoría de los casos la similitud entre lo propug-
nado entonces y lo que ahora se defiende es muy escasa. Y, no obstante, no es el mero
culto al pasado el que nos lleva una y otra vez a esa región del mundo.
B— He de reconocer que si simplemente nos atenemos al testimonio, no ya de
filósofos, sino de físicos muy relevantes del siglo XX, son frecuentes las referencias
a los griegos en busca de una mejor comprensión del presente. Es el caso de Einstein,
Heisenberg, Schrödinger, de Broglie, D’Espagnat y de tantos otros. No obstante,
cuando el asunto que nos convoca es el de estrellas y planetas y, por tanto, nos aso-
mamos a la astronomía y la cosmología, la disparidad entre el cosmos griego y el uni-
1 E. Schrödinger, La naturaleza y los griegos, I: «Razones para volvernos hacia el pensamiento
antiguo», Madrid, Aguilar, 1961, pp. 11-12.
A
58 ÁTOMOS, ALMAS Y ESTRELLAS
verso actual es tan total y completa que en este caso me permito dudar de la utilidad
del tema propuesto.
A— No seré yo quien niegue tal disparidad, por otro lado indiscutible. Y para que
mi reticente interlocutor compruebe la sinceridad de mi respuesta, yo mismo haré de
abogado del diablo. Para empezar, las modernas disciplinas que se ocupan de los cuer-
pos celestes ni siquiera comparten con las antiguas el objeto prioritario de estudio,
puesto que las galaxias han reemplazado, no ya a los planetas, sino incluso a las estre-
llas. De hecho, no sólo la astronomía griega sino también la medieval y moderna fue
casi exclusivamente planetaria, debiendo aguardarse al siglo XIX para que nuevos ins-
trumentos de observación (mejores y mayores telescopios, fotografía astronómica,
análisis de las rayas espectrales, etc.) permitieran el desarrollo de la astronomía estelar,
al tiempo que hacía su aparición una nueva disciplina, la astrofísica. Por otro lado, tras
confirmarse la existencia de nebulosas extragalácticas (así denominadas por referencia
a la nuestra), en los años veinte del siglo XX, se abrió la puerta a nuevos capítulos en
la historia de la astronomía que nos hablan de un universo poblado por objetos estela-
res inéditos: galaxias, grupos locales, cúmulos de galaxias de cientos de millones de
años-luz de diámetro...
B— Indudablemente es asombroso el camino recorrido en la exploración del espa-
cio profundo, profundidad que precisamente está ausente del cosmos griego al conce-
bir todas las estrellas adheridas a una esfera cuyo centro coincidía con el centro de la
Tierra. En consecuencia, todas eran equidistantes del observador, el cual, al elevar su
mirada hacia ellas, contemplaba asimismo los confines del universo. A veces uno casi
lamenta que hayamos ido a parar desde tan privilegiada posición al irrelevante lugar
al que nos vemos confinados en la actualidad. Permítame en ese sentido reproducir el
elocuente texto del catedrático de astrofísica del Imperial College de Londres, Michael
Rowan-Robinson, quien nos recuerda lo siguiente:
Desde una perspectiva astronómica no estamos en ningún lugar especial. El Sol no es nin-
guna estrella especial y se sitúa en la parte media del rango de masas solares (entre una dé-
cima y cien veces la masa del Sol). No estamos ni en el centro ni el borde de nuestra Gala-
xia, y nuestra Galaxia es una típica galaxia espiral, aunque una bastante grande. El «Grupo
Local» de galaxias en el que se halla nuestra Galaxia es un pequeño grupo de galaxias típi-
co, que contiene unas veinte galaxias en una región de tres millones de años luz de diámetro.
No nos encontramos ni en el núcleo de un gran cúmulo de galaxias, con miles de galaxias
concentradas en el mismo volumen que ocupa el Grupo Local, ni en uno de los vastos espa-
cios vacíos entre los cúmulos, a menudo de cientos de millones de años luz de diámetro.2
A— Me temo que en este asunto, como en otros muchos, no tenemos elección.
Desde luego el tipo de cosmos que alumbraron los griegos y que heredaron los medie-
vales (desde finales del siglo XII) podría calificarse como «tranquilizador» y «confor-
2 M. Rowan-Robinson, Los nueve números del cosmos, Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 45-
46.

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